Este año queremos compartir información sobre la MEDALLA DE SAN BENITO, publicamos este texto que forma parte de la Edición de la Vida de San Benito (ECUAM), para todos aquellos que quieran profundizar en su significado y su historia.

La Cruz de San Benito

Una de las devociones más difundidas, y no solo por la influencia de los monasterios benedictinos, es la Cruz de San Benito, especialmente en la forma de medalla, que es la más frecuente. Presentaremos brevemente su significado y haremos su historia, para atender al deseo de muchos amigos y devotos de San Benito.

 La medalla

La medalla presenta, por un lado, la imagen del Santo Patriarca, y por el otro, una cruz, y en ella y a su alrededor, las letras iniciales de una oración o exorcismo, que dice así (en latín y en castellano): 

 Crux Sancti Patris Benedicti 

Cruz del Santo Padre Benito 

Crux Sacra Sit Mihi Lux 

Mi luz sea la cruz santa, 

Non Draco Sit Mihi Dux 

No sea el demonio mi guía 

Vade Retro Satana 

¡Apártate, Satanás! 

Numquam Suade Mihi Vana 

No sugieras cosas vanas, 

Sunt Mala Quae Libas 

Pues maldad es lo que brindas 

Ipse Venena Bibas 

Bebe tú mismo el veneno. 

Como se puede apreciar por las iniciales distribuidas en la cruz, a esta, el texto de la plegaria la acompaña siempre, y a la vez es una ayuda para la recitación de la misma. El texto latino se compone –después del título: Crux Sancti Patris Benedicti (C.S.P.B.)– de tres dísticos, que encierran una invocación a la Santa Cruz, con el deseo suplicante de tenerla como guía y apoyo, y la expresión del rechazo a Satanás, a quien se manda que se aparte –con las palabras de Jesús, cuando fue tentado por él (Mt 4,10)–, manifestando que no va a escuchar sus sugerencias, pues es malo lo que ofrece. Es una auténtica confesión de fe y de amor a Cristo, y una renuncia al diablo. 

EL EJEMPLO DE SAN BENITO 

El origen de la Cruz de san Benito no puede atribuirse con certeza al mismo santo. Más adelante veremos las circunstancias históricas en que aparece y se difunde esta devoción. Pero su sentido es profundamente coherente con la espiritualidad que inspiraba al Padre de los monjes de Occidente y que este supo trasmitir a sus hijos. La vocación a la vida eterna es la llamada de Dios a la salvación en Jesucristo, y esa llamada espera una respuesta, no solo con los labios, sino con el corazón. En la Regla escrita para sus monjes, san Benito dejó su enseñanza: Escucha, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente. Así volverás por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia. El “trabajo de la obediencia” es la respuesta solícita del que ama a Dios y hace su voluntad; es el fruto de la caridad, del amor generoso y desinteresado. La desobediencia es el resultado de la tentación en el Paraíso, donde el demonio sugirió a Adán y Eva que hicieran su propia voluntad, satisfaciendo sus deseos y sus aspiraciones de poder. Ese pecado de nuestros primeros padres dejó su consecuencia en todos sus descendientes, y aunque el sacrificio de Cristo nos reconcilió con el Padre de los cielos, somos siempre deudores suyos y nacemos con la mancha original. El bautismo nos limpia del pecado original, nos hace hijos de Dios y nos da la vida de la gracia. La vocación del cristiano nace en el bautismo, y de esta manera tiene la fuerza para resistir al diablo, si es fiel y consecuente con los dones recibidos. Pero justamente necesita responder a esa vocación y a los dones de Dios, con amor filial y con sus obras, sin lo cual podría ser presa de las malas tentaciones. El demonio, si bien ha sido derrotado, tiende todavía sus asechanzas, y encuentra muchas veces en nosotros un oído que se deja seducir. Por eso san Benito nos exhorta a no atender a esa voz que nos sugiere cosas malas, y escuchar más bien la que nos viene de Dios, en el Evangelio y en toda la Escritura, en la Iglesia, en la oración, y a través de maestros experimentados en las vías del espíritu. 

Es ante todo de esta manera como debemos considerar la protección contra el demonio, que Dios nos presta por la intercesión de sus santos. Satanás será menos fuerte contra los que viven en la comunión con Dios y se esfuerzan por obrar el bien. Y ello se debe a la virtud del bautismo, del cual procede la vida del cristiano y donde nace y se desarrolla la vocación a la perfección y a la vida monástica. Escribe un autor: Quienquiera . . . se lance resueltamente a la búsqueda de las realidades sobrenaturales, sentirá muy pronto que en él se enfrentan Dios y el diablo. Todo compromiso por Dios conlleva, pues, la necesidad de armarse contra el ángel caído. Esto es claramente visible desde el primer compromiso cristiano, que sanciona el sacramento del Bautismo: la renuncia a Satanás va junto con el ingreso en la Iglesia. 

ORIGEN Y DIFUSIÓN DE LA CRUZ Y MEDALLA DE SAN BENITO 

Más arriba decíamos que no se puede demostrar que la Cruz y Medalla de san Benito se remonte hasta el mismo Santo. Su difusión comenzó a raíz de un proceso por brujería en Baviera, en 1647. En el lugar de Natternberg, unas mujeres fueron juzgadas por hechiceras,

y en el proceso declararon que no habían podido dañar a la abadía benedictina de Metten, porque estaba protegida por el signo de la Santa Cruz. Se buscó entonces en el monasterio y se encontraron pintadas representaciones de la cruz, con la inscripción que ya conocemos, la misma que acompaña siempre a la medalla. Pero esas iniciales misteriosas no podían ser interpretadas, hasta que, en un manuscrito de la biblioteca, iluminado en el mismo monasterio de Metten en 1414 y conservado hoy en la Biblioteca Estatal de Munich (Clm 8201), se vió una imagen de san Benito, con esas palabras. Un manuscrito anterior, del siglo XIV y procedente de Austria, que se encuentra en la biblioteca de Wolfenbüttel (Helmst. 2º, 35ª), parece haber sido el origen de la imagen y del texto. En el siglo XVII J. B. Thiers, erudito francés, la juzgó supersticiosa, por los enigmáticos caracteres que la acompañan, pero el Papa Benedicto XIV la aprobó en 1742 y la fórmula de su bendición se incorporó al Ritual Romano. 

En el siglo XIX se dio un renovado fervor por la Cruz-Medalla, desarrollado en Francia por el celo de Léon-Papin Dupont (1797-1876), llamado el santo hombre de Tours. Hombre muy fervoroso, con muchas relaciones en los medios eclesiásticos y dotado de gran generosidad y caridad, difundió la devoción por la Santa Faz, y también propagó el uso de la medalla de san Benito. En la obra ya citada de Dom Guéranger se refieren gracias y milagros atribuidos a la invocación del Santo y a la medalla. La primera edición del escrito del abad de Solesmes data de 1862, pero es anterior, de 1849, una obrita del abad de San Pablo extramuros, D. Francesco Leopoldo Zelli Iacobuzzi (1818- 1895), la cual fue publicada en francés por la iniciativa de Dupont y Dom Guéranger la empleó en su propio trabajo. En ella, el autor, que fue uno de los que encarnaron los esfuerzos de reforma monástica en su patria, hace la historia de la medalla, acudiendo a distintos autores, y con ella influyó en los que en Francia escribieron sobre el particular. Es conocida la importancia que el cenobio ostiense tuvo en la restauración benedictina del siglo XIX: en él emitió la profesión Dom Guéranger, y los hermanos Mauro y Plácido Wolter, que luego establecerían la vida monástica en Beuron y Maredsous, pasaron allí parte de su período de formación. También, algunos jóvenes llegaron desde Brasil, con la esperanza de profesar en Roma la Regla benedictina y trasladarse luego a su país, para incorporarse a los monasterios existentes, que no podían recibir novicios. No es de extrañar, entonces, que en ese plan más vasto de renovación espiritual, desde el monasterio paulino, convertido en una suerte de centro de irradiación del fervor benedictino, se difundiera juntamente la devoción a la medalla de san Benito. De hecho, la representación más popular de la misma es la llamada “medalla del jubileo”, diseñada por el monje de Beuron, Desiderio Lenz, el artista inspirador del famoso estilo que lleva el nombre de la “escuela beuronense”, y acuñada especialmente para el Jubileo benedictino de 1880. Se celebraba ese año el XIV centenario del nacimiento de san Benito de Nursia, y los abades de todo el mundo se reunieron en Monte Casino, desde donde la imagen se diseminó por todo el mundo. 

Una curiosidad bibliográfica es el folleto La santa Cruz de san Benito Abad en México, primera edición castellana por Manuel M. de Legarreta, México, Imprenta Guadalupana de Reyes Velasco, 1895, que es la traducción castellana de la versión francesa de la obra mencionada del abad de San Pablo, Don Francesco Leopoldo Zelli-Iacobuzzi. En la Advertencia que la precede, y que se encuentra en la edición francesa, se dice que Dupont, el “santo hombre de Tours”, conoció el original italiano, y lo hizo traducir a su lengua. De la sexta edición (1882), se hizo la primera española en México, que es la que conocemos. En el Prólogo de ella se relatan los inicios de la devoción benedictina en ese país, debida al celo de un sacerdote, el Padre Domingo Ortiz, desde 1878, y a la “Legión de la Santa Cruz de san Benito Abad”, que el Papa León XIII reconoció con Breve del 20 de diciembre de 1895. Es interesante esta implantación de la devoción, que es anterior en unos 20 años a la llegada de los benedictinos a México. 

Monseñor Martín de Elizalde, OSB