Santísima Trinidad, Ivanka Demchuk

Lecturas: Ex 34, 4-6, 8-9; 2 Cor 13, 11-13; Jn 3, 16-18

         «Dios es Santo, Santo es el Señor nuestro Dios.» En esta fiesta de la Santísima Trinidad, tocamos el misterio más sublime de nuestra fe. Se trata del misterio de la vida íntima de Dios.

         Nuestra fe nos enseña que hay un solo Dios pero Dios no es solitario; más bien es comunión: Son tres las personas en la vida interior del Dios único: Padre y Hijo y Espíritu Santo. Este misterio sobrepasa nuestra capacidad, infinitamente. Jesús «con gran júbilo del Espíritu Santo dijo: Nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre, y quien es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo decida revelárselo.» Así para alcanzar algún conocimiento de Dios, en vez de esforzar nuestra inteligencia; tenemos que hacernos pequeños; ponernos de rodillas, adorarlo, alabarlo y agradecerlo. Adorar a Dios es reconocer que Él es OTRO, que trasciende todo lo que podemos decir o pensar, o imaginar o sentir. Mejor es estar en silencio en su presencia, admirados de su gran gloria y bondad.

         Nuestro Dios, Tres en Uno, nos ha hecho a su imagen. Entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo hay una comunicación de vida infinita, de verdad infinita y de amor infinito. Mutuamente se conocen, se aman y se entregan todo uno al otro. Esto es su felicidad infinita y eterna. Desde todo la eternidad, existía este círculo de comunión de vida, de verdad y de amor con una intensidad que nunca podemos imaginar. Aunque no podemos comprender esto, nos ayuda reflexionar sobre esto para entender nuestro propio ser.

         San Agustín encontró una semejanza a Dios en el ser humano en esta forma: tenemos memoria, intelecto y voluntad. La memoria, no se trata de poder acordar lo que pasó ayer, sino más bien en darse cuenta de nuestro origen, de que hemos recibido nuestro ser de OTRO. Esto en alguna forma refleja el Padre, El Origen sin Origen. Nuestro intelecto es una capacidad de conocer la verdad; busca la verdad total. Esto es un refleja del Hijo, la Palabra del Padre. Nuestra voluntad es la capacidad de amar; nos asemeja al el Espíritu Santo; Él es el Amor entre el Padre y el Hijo. Siendo Imágenes de Dios somos capaces de recibir vida, verdad y amor de otros, también comunicar vida, verdad y amor. Las relaciones entre las tres Personas de la Sma. Trinidad es modelo de las relaciones entre las personas humanas. Vivir a la altura de esta delicado vocación es fuente de unión, vida y gozo para una comunidad o familia o sociedad ideal. San Juan en la lectura de hoy, nos presenta el Amor del Padre que es tan grande que entregó a su Hijo Único para nuestra salvación. Por eso en su Carta el mismo san Juan nos recuerda: «Si Dios nos ha amado tanto, debemos amarnos unos a otros.» Es la mejor manera para agradecerle su Amor.

         Este misterio de la Sma. Trinidad penetra toda nuestra vida cristiana. En primero lugar, todos hemos sido bautizados en el NOMBRE del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Así nuestra persona está sumergida en toda la Infinita Realidad de la Trinidad. Vivimos en Dios y Dios vive en nosotros.

         En esta Misa, empezamos, después del canto de entrada, En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Las tres personas de la Trinidad están invocadas por lo menos 5 o 6 veces en cada Eucaristía. Además en el Oficio Divino frecuentemente cantamos a la Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Así toda la oración oficial de la Iglesia es totalmente penetrado con este Misterio.

         Cuando hagamos el signo de la Cruz, en el NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO, dedicamos lo que estamos haciendo para dar gloria a Dios. Es invocar su presencia y su poder en todo lo que vivimos o hacemos. Es para darle gracias y alabarlo en todo lo que nos pasa. Consagramos lo que estamos haciendo a este Dios que nos ha amado desde toda la eternidad y nos ha hecho semejantes a Él.

         San Pablo nos recuerda que «todo viene de Él, ha sido hecho por El y ha de volver a Él. A Él sea la gloria para siempre. Amén