Entrada en Jerusalén, Ioan Popa
«¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!” (Lc. 19, 28 – 40).
Este es el grito de alegría que resuena en el Evangelio de este Domingo de Ramos. Es el grito de los discípulos y es también el grito de nuestro corazón… “¡Bendito el rey que viene!”. Jesús entra en la ciudad de Jerusalén siendo vitoreado por sus discípulos, por los niños y por la gente sencilla. Que este domingo nosotros renovemos también nuestra confianza en él y le acojamos en nuestro corazón.
Lo primero que llama la atención del Evangelio de hoy es que Jesús dispone el modo de entrar en Jerusalén… “Id a la aldea de enfrente; al entrar en ella, encontraréis un pollino atado que nadie ha montado nunca”. ¿Por qué en un pollino? Sencillamente porque el pollino representa la mansedumbre y la paz, frente al caballo, símbolo de la fuerza y de la guerra. El borrico era también la cabalgadura de los pobres y Jesús es un Mesías pobre, lleno de paz y de mansedumbre… Jesús no llega a caballo ni en carroza real como los reyes de Israel cuando entraban en Jerusalén, sino en un borrico prestado como señal de la mansedumbre y pobreza… ¿No es ésta la pobreza que nos hace libres de la avidez de tener y de poder que domina nuestro mundo?
¿Y por qué el detalle de «un pollino que nadie ha montado nunca”? Porque ningún Rey de Israel, ningún jefe del mundo, ha ejercido sin usar la violencia y la fuerza. Jesús es el primero que viene como Rey de la paz…El primero que no ejerce con la violencia; Jesús no se impone a nadie, no es un fuerte, un prepotente; solo viene a ofrecernos la paz. Viene a abrirnos un camino de paz y de amor para toda la familia humana.
“Y cuando se acercaba ya a la bajada del monte de los olivos la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces…diciendo: ¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor, paz en el cielo y gloria en las alturas!”
El pueblo, espontáneamente, se echó a la calle para aclamar a Jesús, como al Rey y Señor. En la retina de muchos habían quedado grabadas las imágenes de los gestos liberadores de Jesús, en el que los pobres vislumbraron una esperanza de vida. Nosotros hoy también acogemos a Aquél que vino y que viene siempre a nuestra vida con su Paz.
¿Qué significa el grito de “paz en el cielo”? No es que el cielo necesite paz, sino que es el cielo (lugar de la presencia de Dios) de donde proviene esa paz que tanto necesitamos en esta tierra ensangrentada por la violencia.
A la reacción positiva de los discípulos se contrapone la de “algunos fariseos” quienes, dirigiéndose a Jesús, le dicen: “Maestro, reprende a tus discípulos” y Jesús responde: “Os digo que si éstos callan gritarán las piedras”. Jesús quiere decir que esta alabanza es incontenible, que quien ha experimentado la salvación no puede guardar silencio.
Este es el testimonio de los discípulos. No podemos seguir viviendo una fe vergonzante y acomplejada. Que nuestros corazones griten más fuerte que las piedras.
En este momento Jesús es consciente de que ha llegado la hora de no volver atrás. Está subiendo a Jerusalén, sabe que se la juega, pero él está determinado de ir hasta el final en su fidelidad al Padre.
También el Señor, en este día, quiere atravesar la puerta de nuestro corazón y cruzar el umbral de nuestras resistencias y, al igual que entonces, quisiéramos gritarle: “¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!”
¡Bendito Tú, Jesús, que vienes cada día a nuestra vida…! ¡Bendito Tú, Señor, que vienes con tu paz a este mundo nuestro desgarrado por la violencia!… ¡Tú que vienes para despertar una esperanza en todo ser humano! Sólo Tú, Jesús, ¡puedes ser nuestro Rey! Ven, Señor, con tu paz, para que desaparezcan las guerras y la violencia. Ven Jesús, manso y humilde de corazón, ven con tu paz.
P. Benjamín García