Murales Santuario Auco, Madre Alejandra Izquierdo

Lecturas: Is 66, 10-14; Ga 6, 14-18; Lc 10, 1-12, 17-20

La Palabra de Dios es luz en el sendero: ilumina nuestras mentes y además es un alimento para darnos energía para vivirla.

         Hoy Jesús envió a 72 discípulos con instrucciones simples, pero fundamentales, para la misión.

         En primer lugar, la oración. Toda obra de apostolado es más obra de Dios que obra nuestra. En su Providencia, nos invita a cooperar como sus enviados. Este es un honor y un compromiso. Es la tarea nunca acabada del pueblo creyente. Tenemos que orar para que los misioneros acojan la llamada y respondan con sencillez y dedicación.

         Estos misioneros son, sobre todo, testigos: habiendo experimentado la cercanía y el amor de Jesús en sus vidas personales, el anuncio del Reino brota desde sus corazones.  

         La primera lectura, enfatiza la cercanía y ternura de Dios para con nosotros. Isaías se dirigió a los desterrados; estaban muy desanimados por el largo destierro. Dios se revela amoroso, preocupado como una madre; ella con total dedicación, consuela y alimenta a sus hijos. Con la venida de Jesús, Dios se ha manifestado aún más atento a nosotros que una madre.

         En este breve discurso de envío, el Señor los advierta que van como “corderos en medio de lobos”; habrá oposición y persecución contra ellos. Esto nos asusta. Mirando a nosotros mismos es para tener miedo; sin embargo, con los ojos puestos en Jesús, se puede aceptar este desafío con confianza. Jesús mismo fue enviado por el Padre como el “cordero” en medio de los hombres. Vino completamente indefenso. De hecho, entregó su vida como el «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo». Su gran deseo era cumplir la misión encomendada por su Padre; su motivación era su amor para con nosotros. Esto le alimentaba para entregarse para la salvación de todos. Su «comida era hacer la voluntad del que le envió y concluir su obra.»

         Su ejemplo desarma completamente a los que tienen que anunciar su mensaje. Los misioneros de Jesús tienen que dejar de lado la agresividad, presiones sociales o chantajes impositivos. Estos pocos obreros son mensajeros de paz. Si la paz no es aceptada, no se la puede imponer por la fuerza, sino que hay que marcharse a otro sitio. En todo caso, a los que la acogen como a los que la rechazan, sus mensajeros deben anunciarles el Reino de Dios, para que la gente pueda prepararse. Los misioneros aprenden a colaborar con una obra de la que no son propietarios, sino testigos. No es una empresa humana. No deben alegrarse ni entristecerse por el éxito ilusorio o el fracaso aparente. El éxito viene solamente a través de la Cruz de Cristo. Él es el Cordero de Dios que se ha ofrecido libremente para expulsar a Satanás. “Jesús, manso y humilde de corazón,” “ha vencido al amo de este mundo”. Éste es un gran consuelo para los enviados. Además el mensaje entregado es como una semilla; puede quedar largo tiempo enterrado para brotar posteriormente. El misionero entrega su testimonio; con humildad transmite lo que ha recibido. Él ora para que sea provechoso, pero tiene que dejar a Dios el resultado.

         S. Pablo, en la segunda lectura, habla de nuestra transformación en nuevas creaturas. La mundanidad ha sido crucificado. Esto es el fruto de la Pascua de Jesús, de su cruz y resurrección. Si S Pablo “quiso no estar orgulloso sino de la cruz de Cristo Jesús,” es porque esta Cruz, paradójicamente, es el camino al éxito. Nuestra disciplina, luchas y sufrimientos, son una pequeña parta del sufrimiento de Jesús. Solamente después de la Cruz se llega a la Resurrección.

         Por la Pascua de Jesús, el amor de Dios se ha convertido en algo tangible para el mundo. Sólo a partir de ella fluye la paz como  un torrente en crecida.

         Queridas hermanas y hermanos, Jesús “amó a la Iglesia y se entregó por ella”. Nosotros somos su Iglesia. Aceptemos esta gracia con gratitud e intentemos vivir como sus verdaderos discípulos y testigos.

P. Jorge Peteron, OCSO