Claudio Pastro, Lc-11,5-8

Lecturas: Gn 18, 20-21, 23-32; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13

         Estamos de nuevo delante de nuestro Dios Padre con el deseo de recibir todo lo que necesitamos para agradarlo como sus hijos. Las palabras de Jesús son sencillas, claras y sorprendentes. La parábola del amigo que pide pan de su amigo a medianoche revela como Dios quiere que le «moleste» con nuestras oraciones oportunas e inoportunas. Esto no significa que podemos manipular a Dios con nuestro antojo.

         En la oración reconocemos nuestra total dependencia de Él. Nadie puede salvarse por sus propias fuerzas, por su inteligencia o sus virtudes. Siempre necesitamos su ayuda para agradarlo en todo. La buena noticia de las lecturas de hoy es el gran deseo de Dios de darnos su Espíritu Santo; solamente tenemos que desearlo y pedirlo.

         Este don debe ser lo central de nuestras peticiones. Es lo que más necesitamos para saber orar bien; y también en todas las actividades de nuestros días. Sin su Espíritu podemos equivocarnos fácilmente. Docilidad a su Espíritu nos ayuda a conocer y acatar su plan para nuestra vida y la de la Iglesia como también la de otras personas.

         Los apóstoles observaban a Jesús en oración. Así nació en ellos un deseo de poder orar como Él oraba. Les atraía la relación filial, de íntima confianza, con su Padre. Nació en ellos un deseo de poder orar como Él oraba. Le pidieron: «Enséñanos a orar.» Hoy nosotros repetimos: Enséñanos a orar. Queremos aprender orar.

         En primer lugar Jesús les enseñaba el Padre Nuestro. La versión de S. Lucas es breve, no tan elaborada como la que encontramos en S. Mateo. En todo caso, oración es una relación personal con nuestro Padre celestial. Queremos que su Nombre sea santificado, es decir que todos reconozcan que Él es Santo; es digno de toda alabanza, gloria, honor y gratitud de parte de todos sus criaturas. También deseamos que venga su Reino. Que Él reine en cada persona. Conocemos esta excelente oración. Lo repetimos a menudo. Cada frase revela un don que Dios Padre quiere regalarnos.

         Luego Jesús nos cuenta una parábola. En ella destaca de una manera inequívoca la necesidad de perseverar en nuestra oración. En verdad, nos invita a ser inoportunos, insistentes y tenaces en pedir lo que necesitamos de nuestro Padre del cielo.

         Desde su corazón Jesús exige: «Pidan y se les dará, Busquen y hallarán, Llamen y se les abrirá.» Nuestro Padre está muy dispuesto de darnos sus dones. Quiere que tengamos grandes deseos de los dones más grandes. Muchas veces parece lo contrario. Parece sordo a nuestros gritos, a nuestras suplicas. Sin embargo Él insiste que sigamos gritando, suplicando, como el amigo en la parábola. Él sabe que necesitamos tocar hasta el fondo nuestra incapacidad sin su gracia. Además muchas veces necesitamos estar mejor preparados para recibir su gracia. Lo importante es seguir insistiendo, confiando en Él. A veces pedimos una cosa y Él nos da algo mejor. Somos  ignorantes de lo que realmente nos convine.

P. Jorge Peterson, monje trapense
Monasterio Santa María de Miraflores, Rancagua