Imagen: Benijon Salomonovithc Benn, salmo 8

Lecturas: 
Dt 4, 1-2,6-8
St 1, 17-18, 21,22,27
Mc 7, 1-8, 14,15, 21-23

«Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros.» Esta es una buena noticia. El don más grande que hemos recibido del Padre es su Hijo, Jesús, nuestro Salvador. Él es la Palabra encarnada. Él quiere tocar en nuestros corazones para iluminar y ordenar nuestras vidas; la luz de Dios penetra nuestras sombras, despierta nuestra conciencia y purifica nuestras intenciones. Nos conduce a una vida más sana y santa.      

         En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla al corazón, a lo más íntimo y sagrado de nuestra persona. El conoce lo que hay en nuestros corazones: tendencias a cosas bellas, nobles, grandes, aún heroicas. Pero también, como Jesús indica hoy en el evangelio, pueden salir malas intenciones, tendencias a todos los pecados. El profeta Jeremías ha observado: «Nada más falso y perverso que el corazón: ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, examino las entrañas, para pagar al hombre su conducta, lo que merecen sus obras.» En el mundo simbólico bíblico, el corazón indica la conciencia moral.

         En este Evangelio Jesús quiere despertar nuestros corazones. En la vida diaria, vienen todo tipo de «pensamientos» a nuestra mente o imaginación. A nosotros nos toca hacer un discernimiento para descubrir de dónde vienen: del Espíritu Santo o del espíritu malo o muchas veces de nuestra naturaleza. Si viene del buen Espíritu, hay que ser dócil y actuar. Si vienen del espíritu malo, S. Benito nos aconseja y nos urge a: «Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen al corazón y manifestarlos al anciano  espiritual.» En verdad, esta práctica de manifestar estos pensamientos, cuando son perversos, y a veces, simplemente locos o sin sentido, a una persona adecuada es la mejor manera para contrarrestarlos. Les quita su fuerza. También muchas veces simplemente hay que reírse de ellos.

         En sí mismos, estos «pensamientos malos» no son pecados, pero, como Jesús nos advierte en el Evangelio, pueden ser el primer paso hacia el pecado. Fácilmente pueden llegar a ser en tentaciones. La clave es darse cuenta de dónde vienen y rechazarlos «inmediatamente».

         Estos pensamientos malos nos recuerdan que somos frágiles. Sta. Teresita del Niño Jesús dijo que «ella sería capaz de cualquier pecado si no fuera por la gracia de Dios.» Con mucha más razón, nosotros debemos tomar medidas para no caer en los engaños del diablo. Experimentamos en carne propia que necesitamos urgente, desesperadamente, ser salvados por el Señor. Es una experiencia de nuestra radical imposibilidad de salvarnos a nosotros mismos. De allí sale el grito: «¡Dios mío, ven en mi ayuda; apresúrate, Señor, a socorrerme!»

         Se puede resumir la vida moral de las personas así: evitar el mal y hacer todo el bien posible. Es una tarea continua, de día y noche. S. Pablo habla de la lucha entre la carne y el Espíritu: «los bajos instintos van contra el Espíritu, el Espíritu va contra de los bajos instintos». El Espíritu Santo viene en nuestra ayuda. Nos ha sido dado para abrirnos a verdad total. Especialmente por la Palabra de Dios, las Escrituras, podemos hacer un discernimiento de lo que pasa en nuestro interior. “Toda criatura es transparente ante ella: todo queda desnudo y al descubierto a los ojos de Aquel al que debemos dar cuentas.” Y “La palabra de Dios es viva y eficaz… Penetra hasta la raíz del alma y del espíritu… para probar los deseos y los pensamientos más íntimos.” Y S. Pablo nos asegura: «Uds. han recibido el Espíritu.» Esto también es la buena noticia. Vivir atentos y dóciles al Espíritu Santo es la clave para una vida sana y santa.

         Entonces, podemos aceptar con gozo nuestra radical necesidad de Jesús, el Salvador. Sin la gracia de Dios estamos perdidos. Sin embargo, S Pablo nos asegura: «Donde abundó el pecado, allí sobreabundó la gracia.»

P. Jorge Peterson
Monje trapense del Monasterio Santa María de Miraflores, Rancagua, Chile.