La Asunción de María

Como Jesús Resucitado está a la derecha del Padre, siempre intercediendo por nosotros, también María, con su cuidado maternal, nos está siempre cuidando desde la gloria del cielo.

María durante su peregrinación en la tierra, estaba inmersa en la obra y la misión de su Hijo, Jesús. Por su fidelidad constante, por su fe viva y amor generoso, ella vivía íntimamente unida al Salvador de la raza humana. Ella, la llena de gracia, que estuvo siempre junto a su Hijo, hasta el Calvario, ahora es llevada a la plenitud del cielo, glorificada en cuerpo y alma como el primero y más precioso fruto de la Pascua de Jesucristo.

Hay un paralelo, entre María y la Iglesia. María dio a luz a su Hijo en un mundo hostil, como signo de contradicción; la Iglesia, pueblo de Dios, en el tiempo está tomando parte en esta batalla entre el bien y el mal.

Contemplando a María en gloria, reaviva nuestra esperanza de llegar al feliz término del cielo después de todos los peligros y luchas de este tiempo de la Iglesia.

Contemplamos a María, llevada al cielo en cuerpo y alma. Ella está plenamente incorporada al triunfo de su Hijo resucitado. Este destino de María es también el nuestro, en el designio de la salvación de Dios para la humanidad. Es la fiesta de nuestro futuro, sellado en Jesús Resucitado, y manifestado en la Asunción de María. Esto celebramos en el Prefacio de esta Eucaristía: “Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrina en la tierra.”

 Con su fe viva, María se abrió a la Encarnación de Jesús, fuente de gracia y salvación para todos nosotros. Una fe viva es lo más característico de la vida de María y de todo cristiano.

Todo lo que concierne a María es muy sencillo, tan sencillo que nos cuesta quedar con una realidad tan pura. Estamos tentados a añadir cosas, con el peligro de distorsiona la verdadera realidad de la vida de María. Dios, en su SER DIVINO, es totalmente sencillo. En Él, no hay pasado y futuro, antes y después; no hay potencialidad y realización. Así su nombre es: Yo Soy. Es plena realización desde siempre y para siempre. María es la criatura que más le parece, especialmente en su sencillez. Eso sí, María es una criatura, y así tenía pasado y futuro, antes y después. La gran diferencia es que, por la gracia de Dios, ella nunca fue tocada por el pecado. En realidad, el pecado es lo que más complica nuestras personas y nuestras historias.

P. Jorge Peterson, OCSO
Monje Trapense del Monasterio de Sta. María de Miraflores
Rancagua