San León Magno, gran Papa entre los siglos 4º y 5º, compuso homilías y oraciones litúrgicas, muchas de las cuales han pasado al Misal Romano. Su enseñanza es clara y llena de fuerza. Las homilías del tiempo de Navidad son especialmente preciosas, y quisiéramos extractar algunos párrafos subrayando ideas importantes.

“HOY ha nacido nuestro Salvador”

Para los Padres la Navidad no se limita a un simple relato anecdótico y sentimental del nacimiento de Cristo en Belén. Es quizá San León quien mejor subraya la perennidad del “Hoy” del nacimiento de Cristo, y este “hoy” no es simple oratoria, es el “hoy” del realismo del acontecimiento litúrgico:

“Hoy el autor del mundo ha nacido del seno de la Virgen; el que hizo todas las cosas se ha tornado hijo de aquella que Él creó. Hoy el Verbo de Dios ha aparecido revestido de carne y lo que nunca fue visible a los ojos humanos empezó a ser palpable. Hoy voces angélicas anunciaron a los pastores que había nacido el Salvador en la sustancia de nuestro cuerpo y de nuestra alma”

El nacimiento de Cristo es también nuestro nacimiento

“El misterio de la Natividad del Señor… pertenece al pasado. Sin embargo, la presente fiesta de Jesús, nacido de la Virgen María, renueva para nosotros estos santos principios y, mientras nosotros adoramos la Natividad de nuestro Salvador, nos sorprendemos celebrando nuestro propio origen: el nacimiento de Cristo, efectivamente, es el principio del pueblo cristiano, y el aniversario (del nacimiento) de la Cabeza es también el del cuerpo”.

“Sólo el Señor Jesús ha nacido inocente entre todos los hijos de los hombres… pero si se ha hecho un hombre de nuestra raza, es para que nosotros podamos participar de su naturaleza divina. El principio de fecundidad que Él ha encontrado en el seno de la Virgen, lo ha comunicado a las fuentes del bautismo, ha dado al agua lo que había dado a su madre: la virtud del Altísimo, la acción del Espíritu Santo, que hicieron que María engendrase al Salvador, hacen que el agua engendre de nuevo al creyente”

“Para todo hombre que renace a la vida, el agua del bautismo es como el seno virginal, y el mismo Espíritu que fecundó a la Virgen fecunda la fuente bautismal; su santa concepción le ha evitado el pecado, la mística ablución nos lo hace desaparecer”

“Son todos los fieles, salidos de la fuente bautismal, quienes, crucificados con Cristo en su pasión, resucitados en su resurrección, colocados a la derecha del Padre en su ascensión, se encuentran también, en esta Natividad, co-engendrados con Él”

“Hoy ha nacido nuestro Salvador, alegrémonos”.

San León no cesa de invitar al hombre a alegrarse por el don de esta nueva vida, gozo que renovamos cada año con el nacimiento de Cristo:

“Amadísimos, hoy ha nacido nuestro Salvador, alegrémonos. Porque no cabe la tristeza en este día en que nace la vida, vida que destruye el temor de la muerte y nos llena de gozo con la promesa de la eternidad.

Nadie se considere excluido de la participación en este regocijo. Todos tienen un mismo motivo de alegría, ya que nuestro Señor, vencedor del pecado y de la muerte, como a nadie encontró libre de culpa, vino a salvarnos a todos. Alégrese el justo porque se acerca a la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida….Al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria a Dios en el cielo; y proclaman: En la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Ellos ven que todas las naciones del mundo son incorporadas a la celestial Jerusalén. ¿Cómo no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, si causa tanto gozo en la esfera sublime de los ángeles?”

“Exultemos en el Señor, amadísimos, y alegrémonos con gozo espiritual, porque ha brillado para nosotros el día de la nueva redención, …. el día de la felicidad eterna. El ciclo anual nos vuelve a traer el misterio de nuestra salvación, digno es de este día que, levantando nuestros corazones a lo alto, adoremos el misterio divino a fin de que la Iglesia celebre con gran regocijo lo que procede de tan gran don de Dios”.

“Reconoce, oh Cristiano, tu dignidad”

San León invita repetidamente a tomar conciencia de nuestro nombre de cristianos, de la dignidad que conlleva, del legítimo orgullo de serlo, sobre todo por la permanencia en la Iglesia de este don de la vida nueva.

“¡Despiértate, oh hombre, y reconoce la dignidad de tu naturaleza! ¡Acuérdate que has sido creado a imagen de Dios, imagen que, aunque corrompida en Adán, ha sido restaurada por Cristo!”

“Tú, pues, quienquiera que seas, que te glorías con fe y piedad del nombre de cristiano, aprecia en su justo valor la gracia de esta reconciliación… Te es dado por la encarnación del Verbo el poder de retornar desde muy lejos a tu Creador, de reconocer a tu Padre, de ser libre en lugar de esclavo, de ser promovido de extraño a hijo, de renacer del Espíritu de Dios… de atreverte a llamar Padre a Dios”.

La humildad de su nacimiento

“No sin razón, cuando los tres Magos fueron conducidos por el resplandor de una nueva estrella para venir a adorar a Jesús, ellos no lo vieron expulsando demonios, resucitando a los muertos, dando vista a los ciegos, curando a los cojos, dando la facultad de hablar a los mudos, o en cualquier otro acto que revelaba su poder divino; sino que vieron a un niño que guardaba silencio, tranquilo, confiado a los cuidados de su madre. No aparecía en él ningún signo de su poder; mas le ofreció su vista un gran espectáculo: su humildad. Por eso, el espectáculo de este santo Niño, al cual se había unido Dios, el Hijo de Dios, presentaba a sus miradas una enseñanza que más tarde debía ser proclamada a los oídos, y lo que no profería aún el sonido de su voz, el simple hecho de verle hacía ya que él enseñaba. Toda la victoria del Salvador, que ha subyugado al diablo y al mundo, ha comenzado por la humildad y ha sido consumada por la humildad. … Por eso, amadísimos, la sabiduría cristiana no consiste ni en la abundancia de palabras, ni en la habilidad para discutir, ni en el apetito de alabanza y de gloria, sino en la sincera y voluntaria humildad, que el Señor Jesucristo ha escogido y enseñado como verdadera fuerza desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la Cruz…. Cristo ama la infancia, que él mismo ha vivido el primero en su alma y en su cuerpo. Cristo ama la infancia, maestra de humildad, regla de inocencia, modelo de mansedumbre. Cristo ama la infancia, hacia ella orienta las costumbres de los mayores, hacia ella conduce a la ancianidad.” (Sermón 7 en la Epifanía)

Monasterio de la Asunción, Rengo