Natividad, Ivanka Demchuk

   “La gloria del Señor los envolvió de claridad”. Lc (2,1-14).

Aquella claridad transformó la noche que caía sobre Belén de Judá. Gracias a la luz de aquella noche, los pastores se vieron inmersos en una extraordinaria claridad. No sólo había luz en torno a ellos, sino también luz en su interior. Esta luz nos alumbra a todos en esta Noche Buena. La noche cerrada se convierte en claridad que nos envuelve. Cuando el ser humano mira hacia lo interior de sí mismo, Dios se manifiesta como una Luz que le permite descubrir su propio misterio, el misterio que lleva en su corazón. Que la Luz del Nacimiento del Señor ilumine la noche de nuestro mundo y la noche de nuestro corazón.

   Dice el texto: «que le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada…» No había sitio para El en la ciudad. Tuvieron que salir a los arrabales, fuera de la ciudad… El ha querido compartir la condición de los más pobres y olvidados de la tierra, de todos aquellos que no tienen sitio en la sociedad. Jesús pertenece a los pobres, y desde su primera venida se hace cargo de la pobreza y de la miseria más extrema, del dolor humano, de la soledad más intensa. Jesús está presente y nace cada día en millones de seres humanos dispersos sobre la superficie de la tierra. Millones de seres humanos prolongan en el tiempo y en el espacio «el pesebre de Belén”. Recordamos en esta noche a todos los que no tienen sitio en la posada, como la Familia de Belén.

 También El quiere encontrar sitio en nuestro corazón. Pero ¿tenemos espacio para El cuando viene a nuestro encuentro? Tal vez estamos tan llenos de nosotros mismos que no hay sitio ni tiempo para Dios. ¿Quién tiene un espacio interior para El? Hoy en nuestra sociedad no hay sitio para El. Pero, no hay Navidad sin Jesús. La Navidad ha sido secuestrada por el consumismo. La Navidad no es la cena pomposa, no son los regalos. La Navidad es Jesús.

 «Había unos pastores que pasaban la noche al aire libre… y un ángel del Señor se les presentó… No temáis, os anuncio una Buena Noticia, que será de gran alegría para todo el pueblo: “hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador el Mesías, El Señor”.

Este anuncio a los pastores es para todos los seres humanos. Los pastores son los primeros destinatarios de esta Buena Noticia de la salvación. Y ¿Por qué el anuncio del ángel a los pastores?

Porque los pastores constituían en aquella época una clase despreciable. Representan a los más marginados de la sociedad. Y resulta que, el primer anuncio de esperanza y de alegría va dirigido a los pastores. Nosotros, los cristianos, no podemos ser espectadores de esta situación. Necesitamos ser solidarios con quienes sufren la injusticia y la violencia en esta tierra.

 Hoy, os ha nacido un Salvador”. En esta Noche el tiempo se abre a lo eterno, porque Jesús has nacido entre nosotros. Con su Nacimiento ha hecho del tiempo humano un “hoy” de salvación…

El Señor, ha disipado nuestros miedos, ha renovado nuestra esperanza y ha llenado el mundo de alegría. En esta Nochebuena, se nos repite a todos: “No temáis, os anuncio una Buena Noticia, que será de gran alegría para todo el pueblo…”. ¿Acogeremos esta gran alegría en el silencio de nuestro corazón?

El relato evangélico dice de forma poética que los ángeles cantaron en la noche de Belén: «Gloria a Dios en   el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad«. ¿Quiénes son los hombres de buena voluntad? Todos los seres humanos… nuestra sed de ser amados se sacia en esta Noche. “Dios es Amor”. El amor de Dios nos abraza a todos. Dios ha amado al mundo en Cristo y en El, en su Nacimiento, ha revelado a todos los seres humanos el camino de la paz. Señor, ayúdanos a ser hombres y mujeres de paz.

Que hoy podamos decirle: Te acogemos, Señor, con alegría, Luz que brillas en la noche de nuestro mundo y en la noche de nuestro corazón. Que tu Estrella, Jesús, alumbre la oscuridad del mundo y encienda de nuevo en nosotros el fuego de la esperanza.    

Padre Benjamín García Soriano