Salgamos a celebrar a Jesucristo en esta Semana Santa que comienza con el Domingo de Ramos, su entrada en Jerusalén. Es Él mismo quien pone en nosotros el deseo de seguirlo y de servirlo. Dejémoslo entrar en nuestro corazón, corramos con disposición humilde al encuentro con el que libremente, por nosotros bajó del cielo y sufrió la Pasión para levantarnos y sacarnos de las tinieblas a la LUZ. Celebremos los días Santos del Triduo Pascual, confesemos nuestros pecados, revistámonos de su Gracia para celebrar con alegría Su Resurrección, centro y culmen de la fe.
DOMINGO DE RAMOS
Comentario a las lecturas Padre José-Román Flecha
TRIDUO PASCUAL
El Triduo Pascual es el punto de apoyo de todo el año litúrgico y momento de gracia especial para todo cristiano. Son los tres días santos en los que la Iglesia conmemora el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Comienza con la Misa vespertina del Jueves Santo, tiene su centro en la Vigilia Pascual y termina con las Vísperas del Domingo de Resurrección. El Hijo de Dios, al hacerse hombre por obediencia al Padre, llegando a ser en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15), aceptó cumplir hasta el fondo su voluntad, afrontar por amor a nosotros la pasión y la cruz, para hacernos partícipes de su resurrección, a fin de que en Él y por Él podamos vivir para siempre en la consolación y en la paz.
JUEVES SANTO
El Jueves Santo es el día en que se conmemora la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. Por la mañana, cada comunidad diocesana, congregada en la iglesia catedral en torno a su obispo, celebra la Misa Crismal, en la que se bendicen el santo Crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos (…) estos óleos se usarán para los sacramentos; (…) así se evidencia que la salvación, transmitida por los signos sacramentales, brota precisamente del Misterio pascual de Cristo.
El Jueves Santo, por la tarde, comienza efectivamente el Triduo Pascual, con la memoria de la Última Cena, en la que Jesús instituyó el Memorial de su Pascua, cumpliendo así el rito pascual judío. De acuerdo con la tradición, cada familia judía, reunida en torno a la mesa en la fiesta de Pascua, come el cordero asado, conmemorando la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto; así, en el Cenáculo, consciente de su muerte inminente, Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a sí mismo por nuestra salvación (cf. 1 Co 5, 7). Al pronunciar la bendición sobre el pan y sobre el vino, anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, se hace realmente presente con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Durante la Última Cena los Apóstoles son constituidos ministros de este sacramento de salvación; Jesús les lava los pies (cf. Jn 13, 1-25), invitándolos a amarse los unos a los otros como él los ha amado, dando la vida por ellos. Repitiendo este gesto en la liturgia, también nosotros estamos llamados a testimoniar efectivamente el amor de nuestro Redentor.
El Jueves Santo, por último, se concluye con la adoración eucarística, recordando la agonía del Señor en el huerto de Getsemaní.
VIERNES SANTO
El Viernes Santo conmemoraremos la pasión y la muerte del Señor; adoraremos a Cristo crucificado; participaremos en sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno. «Mirando al que traspasaron» (cf. Jn 19, 37), podremos acudir a su corazón desgarrado, del que brota sangre y agua, como a una fuente; de ese corazón, de donde mana el amor de Dios para cada hombre, recibimos su Espíritu. Acompañemos, por tanto, también nosotros a Jesús que sube al Calvario; dejémonos guiar por él hasta la cruz; recibamos la ofrenda de su cuerpo inmolado.
En el misterio del Crucificado «se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical» (Deus caritas est, 12). La cruz de Cristo, «es fuente de todas las bendiciones y causa de todas las gracias» (San León Magno)
SÁBADO SANTO
En el Sábado Santo la Iglesia, uniéndose espiritualmente a María, permanece en oración junto al sepulcro, donde el cuerpo del Hijo de Dios yace inerte como en una condición de descanso después de la obra creadora de la Redención, realizada con su muerte (cf. Hb 4, 1-13).
El Sábado Santo se caracteriza por un gran silencio. Las Iglesias están desnudas y no se celebran liturgias particulares. En este tiempo de espera y de esperanza, los creyentes son invitados a la oración, a la reflexión, a la conversión, también a través del sacramento de la reconciliación, para poder participar, íntimamente renovados, en la celebración de la Pascua.
DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
Al «tercer día», la Iglesia celebra la Resurrección de Cristo: es la Pascua, el paso de Jesús de la muerte a la vida, en el que se realizan en plenitud las antiguas profecías. Toda la liturgia del tiempo pascual canta la certeza y la alegría de la resurrección de Cristo.
VIGILIA PASCUAL
Ya entrada la noche del Sábado, comienza la solemne Vigilia Pascual, durante la cual en cada Iglesia el canto gozoso del Gloria y del Aleluya pascual se elevará del corazón de los nuevos bautizados y de toda la comunidad cristiana, feliz porque Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte. Su victoria definitiva sobre la muerte, nos invita a ser en él hombres nuevos. Al participar en esta santa Vigilia, en la noche central de todo el año litúrgico, conmemoraremos nuestro Bautismo, en el que también nosotros hemos sido sepultados con Cristo, para poder resucitar con él y participar en el banquete del cielo (cf. Ap 19, 7-9).
En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia presenta el misterio de la luz con un símbolo del todo particular y muy humilde: el Cirio Pascual. Esta es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma. Da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el Misterio Pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz.
El gran himno del Exsultet, que el diácono canta al comienzo de la liturgia de Pascua, nos recuerda que el Cirio, se debe principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra en juego. En el Cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el Cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo.
(Cf. Benedicto XVI, Audiencia General de los Miércoles años: 2006, 2008, 2010, 2011 y Homilía de la Vigilia Pascual en la Basílica Vaticana, 2012)