En la FIESTA DE SAN MARTIN DE TOURS, la comunidad se reunió en la Sala Capitular para dar comienzo al Rito de Iniciación al Noviciado. En medio del momento turbulento de nuestro país la postulante Marcela, se comprometió dando un paso más en el proceso de su consagración al comenzar su noviciado y recibir el hábito monástico. Esta nueva vestidura hace visible su renuncia y entrega a Dios, y es también signo de vida nueva, como lo es, además, la imposición de un nuevo nombre: hermana María Jesús. Este signo de vida contrasta hoy con la violencia que vemos en estos días, el vacío y la destrucción que ellas dejan. El velo blanco simboliza la castidad y obediencia a la Regla de San Benito, a la que se compromete «confiando no en las propias fuerzas sino en la misericordia de Dios» (Ritual de Iniciación al Noviciado).

Como es tradición la Abadesa dirige a la novicia algunas palabras:

“No es casualidad que sean unos días álgidos de nuestra patria en que si se necesita mucho consuelo y mucha oración (…) Pedí ayer para ti y para todas nosotras que podamos tener esa maestría que no causa ruptura sino al contrario que nos lleva a esa unidad interior, que consiste en que amamos y oramos con el amor de Jesús, ese amor de Jesús que es la causa de nuestro amor.  Cada día podrás orar, cada día podrás servir. Recuerda siempre con gozo la vida eterna, caminando con pie firme en la tierra. Cada día estamos ante un nuevo comienzo, es algo serio nuestra vida. El tomar el hábito hoy  en esta fiesta incluso con un nuevo nombre, te va a recordar que eres discípula de Cristo,  te ayudará a permanecer en esa fidelidad que es una respuesta a la fidelidad de Dios. Que puedas sentir tu pertenencia a Jesús y en esa pertenencia encontrar la alegría de estar haciendo la voluntad del Padre.

(…)Se te entrega el hábito que como explica Casiano, “el hábito exterior es un símbolo de las disposiciones interiores”. Y dice que “los hermanos son despojados de los propios vestidos y serán revestidos por las manos de la Abad, con los vestidos propios del monasterio para que de ese modo experimenten que no sólo están despojados de todos los bienes que antes poseían, sino que también han descendido al nivel de la pobreza y de la indigencia de Cristo, como un signo claro de su renuncia a la vida secular, a los bienes del mundo y también signo de su ingreso en el Divino Servicio”.”