Icono de Cristo muerto, Gina Maria Pilipovic
“E inclinando la cabeza entregó el espíritu» (Jn 18, 1-19).
Vamos a contemplar hoy en silencio a Jesús muerto en la cruz que ocupa el centro del Viernes Santo; ahí descubrimos el gran amor de Dios al mundo, que se hace solidario del sufrimiento de todos los seres humanos. Jesús ha sido crucificado fuera de las murallas de Jerusalén, donde morían los malditos y abandonados de Dios.
Jesús se encuentra ahora absolutamente solo, agonizando en la cruz.
El evangelista Juan, escribe: «Sabiendo que todo estaba cumplido para que se cumpliera la Escritura, exclamó: ¡Tengo sed!». No se refería a la sed indecible de su cuerpo desangrado, cubierto de heridas abrasadas y expuesto al sol implacable de un mediodía de Oriente. La sed de Jesús revela el deseo de Dios de derribar los muros que nos separan de Él, que nos encierran en nosotros mismos, nos amurallan en nuestra autosuficiencia y nos impiden estar plenamente vivos. Nosotros también tenemos sed de Vida y de sentido.
Jesús dice: “tengo sed”: este grito de Jesús se dirige a cada uno de nosotros.
Tiene la sed del Amor que no tenemos, ebrios de tantas aguas suicidas. El Señor, ha sufrido la sed de nuestro amor y de nuestra vida. A la sed física de Jesús en la Cruz, hay que añadir siempre la otra sed, todavía mayor: La sed de su gran deseo de dar la vida al mundo. Jesús tiene sed de agua, sí, pero tiene más sed de justicia, de paz, de reconciliación y de amor.
“Había allí un jarro lleno de vinagre… Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: está cumplido”. Tomar el vinagre simboliza la aceptación de su muerte causada por el odio y así Jesús, muestra su amor hasta el extremo.
“Está cumplido”. Está cumplido. Sí, Señor, es el fin. El fin de tu vida, de tu misión, de tu lucha y de tus fatigas. ¿Qué es lo que está cumplido? El amor definitivo e incondicional de Dios. El amor sin cálculo ni medida. Se ha cumplido el amor “hasta el extremo”. Todo ha terminado. Jesús ha llevado a cabo su misión hasta el final. «Está cumplido». Sí, está cumplido de Tu parte, ¡De nuestra parte, nos falta aún ese día a día, de cada historia humana, de toda la Historia de la humanidad!
“E inclinando la cabeza entregó el espíritu”. Sus ojos se cerraron y su cabeza se inclinó hacia adelante. Y su último acto fue entregarnos su Espíritu, el Aliento de su Vida, su Espíritu «para la vida del mundo» (Jn 6, 51).
Ante la muerte de Jesús guardamos silencio, contemplamos y oramos: Hoy recordamos que la Pasión y muerte del Señor continúa en los millones de seres humanos que padecen hambre y pobreza extrema en nuestro mundo. La mayor tragedia de la humanidad sigue siendo el hambre y la desigualdad. También continúan las víctimas de los sangrientos conflictos armados, y de todo tipo de violencia que causan profundos sufrimientos a poblaciones enteras.
ADORACIÓN DE LA CRUZ
En el Viernes Santo se nos invita a mirar la Cruz: “Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la Salvación del mundo”. La respuesta es: “Venid a adorarlo”, que significa id hacia Él y besadle. Besando la Cruz de Cristo, se besan todas las heridas del mundo, todas las heridas de la Humanidad. Más aún: besando a Cristo en la Cruz, entregamos al Señor nuestras propias heridas, nuestras penas íntimas, nuestros deseos frustrados, nuestras soledades, nuestros sentimiento de no habernos sentido amados, y todo lo que nos agobia y nos pesa.
También al besar la Cruz, al besar hoy a Cristo crucificado, acogemos su beso, el beso de su amor que nos reconcilia con nosotros mismos y nos hace revivir. Cristo nos dice hoy a cada uno: entrégame todo lo que te pesa, todo lo que te esclaviza, todo lo que te agobia, todo lo que te entristece… Entrégamelo todo lo que te pesa demasiado y nosotros quisiéramos entregarte nuestra vida entera.
¡Oh Cristo Crucificado, has colmado al mundo con la ternura del Padre! Tú eres el Rostro de la bondad y de la misericordia, el Rostro de la ternura de Dios sobre cada uno de nosotros y sobre toda criatura humana.
Padre Benjamín García Soriano