Juan el Bautista deja la escena, su misión está cumplida. Donald Jackson
«¿Eres Tú el que has de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11, 2-11).
Esta es la pregunta que el Bautista, desde la cárcel, hace a Jesús a través de sus discípulos. Podemos contemplar en silencio esta escena: Juan Bautista está ya prisionero en la cárcel de Maqueronte y le llegan noticias de las “actuaciones” de Jesús y comienza a sentir dudas al ver que las cosas no marchan como él había anunciado. Entonces, para salir de esas dudas envía a dos discípulos a Jesús para proponerle una pregunta:
¿Eres Tú el que tenía que venir o tenemos que esperar a otro?” También nosotros podemos preguntar a Jesús: ¿Eres Tú el que todos esperamos? ¿Eres Tú el que puedes dar respuesta a tantos interrogantes como llevamos en nuestro corazón? ¿Eres Tú el que puedes calmar nuestra inquietud más profunda? ¿Dónde podremos encontrar sentido a nuestra vida, en Ti o en los otros? Sí, esta pregunta sigue viva… ¿Quién tiene que venir para que más de la mitad de la humanidad no se muera de hambre ante la indiferencia de muchos?
Y Jesús no responde directamente a la pregunta de Juan sino que remite a sus obras: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo. Los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados…» La respuesta de Jesús indica que Él es el que trae la liberación a la humanidad. Jesús es personalmente testigo de Vida: sus gestos son los que mejor descubren su identidad profunda. La misión de Jesús es curar, sanar y de liberar la vida. Si algo caracteriza la persona de Jesús es su amor apasionado a la vida, Jesús se manifiesta despertando vida, salud y sentido.
Este es el reto que también tenemos los cristianos hoy al anunciar el Evangelio de la Vida: vivimos en un mundo seducido por la ambición del tener y del poder, pero que no es feliz. El anuncio del Evangelio puede aportar una esperanza liberadora a nuestro mundo esclavizado por los ídolos del tener y del poder y por otras mil formas de esclavitud.
Hoy, también nosotros, podemos interrogarnos ¿qué estamos viendo y oyendo? ¿Cuál es nuestra experiencia de Vida? ¿Hemos descubierto en Él, en el Rostro del Resucitado el comienzo de una Vida nueva que podemos renovar cada día?
Jesús añade: “dichoso el que no se escandalice de mí”. El Dios que se nos revela en Jesús, el Dios de la Misericordia y de la Vida, también puede defraudar y escandalizar. Sí, dichoso el que no se escandaliza del Hombre humilde de Nazaret. Realmente Jesús no deja indiferente a nadie que se acerque de corazón a Él. Cuando nos acercamos a Él nos encontramos con Alguien que vive en la verdad, Alguien que sabe por qué vivir y con qué sentido. La pasión de Jesús por la vida pone al descubierto nuestra superficialidad y nuestros convencionalismos.
Este tercer domingo de Adviento es llamado el “domingo del gozo y de la alegría” ya que, en la Liturgia, hay una invitación a la alegría, como hemos escuchado en el profeta Isaías (35,16.10): “el desierto y el yermo se regocijarán…” El profeta alude a lo que Israel vivía en aquel momento: gran parte de la población había sido desterrada a Babilonia, y Palestina estaba desolada y sometida al invasor. En este contexto de abatimiento y derrota Isaías anuncia que la suerte de su pueblo cambiará. Por eso, la invitación a la alegría: “se alegrarán con gozo y alegría”.
Esta alegría se realiza para nosotros plenamente en la venida de Jesús al mundo. “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium) ¿Qué hemos hecho los cristianos con la alegría del Evangelio? ¿Por qué no contagiamos alegría y más esperanza? Los cristianos tenemos que reivindicar la alegría, una alegría realista, basada en la certeza profunda de sentirnos amados.
El Evangelio es un mensaje de alegría y de esperanza para todos: Que se alegren los leprosos porque Él cura nuestras heridas. Que se alegren los oprimidos porque El rompe las cadenas. Que se alegren los agobiados por la vida, porque El viene a liberarnos de nuestras cargas y de nuestros pesos. Que se alegren los ciegos porque El es nuestra Luz. Que se alegren todos los que se sienten frágiles, porque El es nuestra Fortaleza.
En aquel tiempo de desánimo, que vivía Israel, el profeta Isaías anima a todo lo contrario, a vivir en la confianza: “Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes, decid a los inquietos: “Sed fuertes, no temáis”. ¿Y qué motivo alega el profeta para ello?: “Mirad a vuestro Dios, viene en persona, y os salvará”.
Que nos alegremos todos en esta próxima Navidad, porque El viene a llenar de luz y de sentido nuestra vida, en El encontramos la Fuente de nuestra Vida y de nuestra alegría. Adviento no es un tiempo para llenar la casa con compras superfluas, tampoco es un tiempo para ambicionar el dinero de una lotería que no nos tocará, sino que es un tiempo para descubrir la alegría del Señor que viene a nuestro encuentro.
Que podamos decirle: “Ven, Señor Jesús”, Tú que traes la paz y la alegría al mundo.
P. Benjamín García Soriano