Templo Sagrada Familia, Gaudi. Barcelona

Lecturas: Hch 15, 1-2, 22-29; Ap 21, 10-14,22-23; Jn 14, 23-29

         Este tiempo pascual proyecta nuestras vidas hacia la eternidad. Jesús resucitó y ascendió al cielo. Él abrió el camino para toda la humanidad. Por eso, durante este tiempo cantamos repetidamente «Aleluya»: es una exclamación de gozo y alabanza a Dios. Estamos alabando a Dios por la obra de salvación que Jesús llevó a cabo con su vida, su muerte y su resurrección porque «Dios nos hace participar en la victoria de Cristo.»

         La lectura del libro de Apocalipsis, nos presenta la resplandeciente visión de la Nueva Jerusalén; es decir, la Ciudad de Dios en el cielo. Hacia esta gloria estamos caminando, día tras día. Vivimos en la esperanza de ser transformados por la Gloria de Dios. Este es algo que no podemos ni imaginar.

         En el Evangelio encontramos una frase para rumiar largamente: «Si alguien me ama, cumplirá mi palabra; mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él.» Son palabras vivificantes; abren el corazón para nueva vida. Estamos invitados a creer en el gran deseo de Dios de habitar en nosotros, de vivir con nosotros. Quiere regalarnos su trascendental presencia. Tiene un anhelo de intimidad – de compartir nuestra vida – de estar a nuestro lado; de comunicar a nosotros su vida divina; tiene un interés para guiar cada uno de nosotros. Dios quiere estar con cada uno de nosotros. El Evangelio de hoy nos asegura que Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, está con nosotros, no solamente «con nosotros» sino en nosotros.

         También esta frase nos muestran cómo responder a su presencia amorosa: con un amor agradecido, escuchando su palabra como hijos y cumpliéndola. Vale la pena «cumplir su palabra» – seguir su ejemplo. El fruto es inmenso. Nos abre la puerta su amor infinito; Jesús dijo: «vendremos a él y habitaremos en él.» Nos invita a una unión íntima, personal.

         Jesús pone una sola condición para venir a nosotros: cumplir su palabra. Él nos amó primero. No se trata de un amor un tanto sentimental, sino un amor efectivo, pero también afectivo. Habiendo sido inmersos en el amor infinito de la Santísima Trinidad, este amor desborda hacia los demás. Nos capacita a amar como hemos sido amado – gratuitamente, y a todos.

         Jesús está por volver al Padre. Él nos promete el regalo del Espíritu Santo. Su misión en la tierra está por terminar; El Espíritu va a continuar la construcción del Reino de Dios en este mundo. En la primera lectura de los Hechos, tenemos un ejemplo cómo el Espíritu ayudó a crear consenso en un momento crítico de la naciente Iglesia. En Jerusalén muchos judíos habían creído en Jesús. Eran buenos judíos, cumplidores de la Ley. Pensaban que todos los seguidores de Jesús debieran cumplirla. Pero S Pedro y especialmente los Ss. Pablo y Bernabé experimentaron como los no-judíos recibieron el don de la fe y del Espíritu Santo. Surgió la pregunta sobre la fidelidad a la Ley de Moisés. El texto dice: Había una discusión acalorada, fuerte. Todos escucharon el testimonio de S Pedro y de S Pablo: contaron lo que el Espíritu estaba haciendo. Aún Santiago, que era el más apegado a la antigua ley, reconoció la obra de la Gracia de Dios en los nuevos cristianos que no eran de la raza de Israel. Era evidente la acción del Espíritu Santo en los nuevos conversos, sin observar la Ley. Este problema agudo fue resuelto porque todos reconocieron la autoridad de S Pedro y los demás apóstoles. Aprendieron que Dios nos salva por la fe en Jesucristo y no por cumplir la Ley. En todo tiempo es necesario la escucha y la obediencia al Espíritu. Este Espíritu Santo sigue la obra de salvación hoy. Pide nuestra cooperación.

P. Jorge Peterson, OCSO
Monje Trapense del Monasterio Santa María de Miraflores, Rancagua.