“Te seguiré adonde vayas”
(Lc. 9, 57-62).
Un hombre, con gran entusiasmo, quiere seguir incondicionalmente a Jesús y se acerca para decirle: “te seguiré adonde vayas…”
En la época de Jesús, se acostumbraba a “seguir a un maestro” haciéndose discípulo. Los maestros no estaban en las escuelas “fijas”, sino que se trasladaban de un lado a otro y sus discípulos los seguían… Por otra parte, “seguir a un maestro” implicaba mucho más que “recibir lecciones” de él; el discípulo debía vivir con su maestro, ya que recibía sus lecciones compartiendo su vida…
En este marco, el texto del Evangelio presenta la invitación de Jesús al seguimiento. Seguir a Jesús es el corazón de la vida cristiana, lo esencial es seguir a Jesús, no hay nada más importante ni más bello en nuestra vida que seguirle ¿Qué puede haber más urgente y necesario para los cristianos que despertar entre nosotros la pasión por la fidelidad en el seguimiento de Jesús? Jesús es lo mejor que tenemos (es el “tesoro escondido” en el campo) y quisiéramos seguirle cada día.
Precisamente por eso, el Evangelio de hoy describe tres situaciones sobre el seguimiento para que tomemos conciencia de que nada puede haber más urgente e inaplazable que seguir a Jesús.
En primer lugar, a un hombre que, con gran entusiasmo, quiere seguir incondicionalmente a Jesús y le dice: “Te seguiré adonde vayas” ….
Jesús le hace reconsiderar su ofrecimiento tan generoso, haciéndole ver como hasta los animales tienen sus refugios. En cambio, Él está totalmente desprotegido,y le responde: “Las zorras tienen madriguera, y los pájaros, nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”; quiere decir que el discípulo tendrá que considerar muy bien sus palabras: la decisión de seguir a Jesús no puede ser el resultado de un entusiasmo pasajero, sino el compromiso de toda una vida, que – humanamente hablando – no ofrece garantías de seguridad… Jesús le descubre que si quiere seguirle ha de aceptar vivir en libertad y disponibilidad.
Después aparece otro individuo a quién Jesús mismo lo invita diciéndole: “Sígueme” … Y él reacciona pidiéndole retrasar la respuesta inmediata: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Es la postura de quien decide demorar las decisiones que deben tomarse; no quiere comprometerse; pone excusas a Dios para no responder a su llamada… Las palabras de Jesús no pretenden poner en discusión los deberes de la piedad familiar sino abrir al discípulo a una nueva misión.
La respuesta de Jesús a sus excusas es: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios”. El Reino de Dios (un mundo nuevo) es más importante que la familia y las prácticas sociales.
Por eso, le pide que esa ruptura sea total, que no viva en la indecisión, que no retrase su opción, que se olvide totalmente del pasado, Esa es la invitación que nos hace Jesús a cada uno de nosotros.
No seguir a Jesús es quedarse en el mundo de los que en realidad están muertos. Él nos enseña así a ir lo más lejos posible en el camino de nuestra libertad interior; Jesús nos invita siempre a ir hacia adelante. Jesús siempre nos ofrece la vida y nos abre a un futuro nuevo. Él es el único que puede llenar nuestro corazón de verdadera alegría.
Por último, hay uno que se acerca a Jesús para decirle: “Te seguiré Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”, es una buena excusa… pero excusa al fin, que hace retrasar el seguimiento. Jesús le responde con “la imagen del arado” y le dice que nada de mirar atrás, que el seguimiento sólo es posible con una decisión firme y constante. La imagen del arado es muy clara: hay que mirar hacia delante, hacia donde se abrirá el surco… si no, se hace un desastre… La comparación del arado aclara la cuestión: si alguno quiere arar, pero va mirando hacia atrás, hará cualquier cosa menos guiar bien su arado, sobre todo en una tierra dura y pedregosa como la de Palestina. “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios.” No se puede jugar a dos cartas. Nada de titubeos, nada de componendas, ninguna concesión a las nostalgias; el seguimiento requiere una opción irrevocable.
Seguir a Jesús no significa huir hacia un pasado ya muerto, sino tratar de vivir hoy con el espíritu que le animó a El. Cuando, como cristianos, nos esforzamos por seguir a Jesús día a día, vamos experimentando de manera creciente que sin ese “seguir a Jesús”, nuestra vida sería menos vida, más inerte, más vacía y más sin sentido.
No hay nada más bello que tratar de seguirle a Él cada día. Sólo siguiendo a Jesús, el Señor, es posible encontrar la felicidad y la paz del corazón. Que experimentemos la alegría de ser seguidores de Jesús, el Resucitado, Él es la esperanza que jamás defrauda, Él es el Amigo que nunca traiciona y de quien siempre podemos fiarnos. Sólo siguiéndole a Él se nos abren de par en par las puertas de la vida, sólo en una relación de amistad con Él se despierta lo mejor que hay en nuestro corazón, sólo siguiéndole por el camino experimentamos lo que es bello y nos libera de verdad. Tal vez hoy sería bueno preguntarnos: ¿El seguimiento de Jesús es una prioridad en nuestra vida? ¿Cuáles son las ataduras que nos aprisionan para seguir hoy a Jesús?
Que en este domingo podamos decirle: “Señor Jesús, tu eres la vida verdadera, la única que llena nuestro corazón. Por eso estamos decididos a seguirte hasta el final, donde quiera que vayas”.
P. Benjamín García Soriano