«Betania», Madre Alejandra Izquierdo

Lecturas: Gn 18, 1-10; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42

         Hoy Jesús nos visita. Como Marta y María, abramos la puerta de nuestra alma, y de nuestra comunidad o de nuestra familia para acogerlo. Él viene como amigo. En esta Eucaristía nos invita a sentarnos a sus pies, como María, para escuchar su palabra, para que podamos vivir siempre más plena y sabiamente. Este es la mejor preparación para servir a otros. De Él recibimos la luz y la fuerza para servir según Dios. Necesitamos su luz para no trabajar en vano.

         Este Evangelio quiere enseñarnos algo importante. Jesús siempre es un buen pedagogo. Miremos atentamente sus palabras y su actuar en esta escena. María está sentada a sus pies escuchando sus palabras. Marta estaba muy preocupada en los quehaceres de la hospitalidad. Marta estaba nerviosa, sobrepasada. No pudo entender que su hermana no le ayudara; además se enfadó con Jesús mismo. Casi llorando, dijo: «Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola? Dile que me ayude.» ¿Qué quiere Jesús enseñarnos?

         Este texto ha sido interpretado en diferentes maneras. En primer lugar hay que aclarar que no se trata de contraponer alguna cosa contra otra: ni la vida contemplativa contra la activa, ni la escucha en la oración contra el compromiso de entregarse al servicio de los demás. Las dos son necesarias. Jesús amaba a las dos hermanas. Y nosotros llevamos las dos hermanas en nuestras vidas. Nuestra tarea consiste en integrar las dos actividades.

         La respuesta de Jesús a Marta muestra mucho aprecio a ella. Dice su nombre; mirándola con cariño grande lo repite dos veces: Marta, Marta. La invitó a volver a su centro; a tomar consciencia de su excesiva preocupación; ésta le ha robado su paz. Estaba contagiada por el nerviosismo y agobio. Así se cansaba más por el estrés que por el trabajo mismo. ¡Se puede imaginar que los pensamientos negativos corrían por su cabeza un buen tiempo antes de hablar! Jesús no la retó por su servicio, sino que le llamó la atención por el nerviosismo con que estaba haciéndolo. No estaba centrada. No estaba trabajando con alegría, contenta a servir.

         Los quehaceres de cada día son parte necesaria de la vida. Son buenos y necesarios. En estas actividades cotidianas, necesitamos un equilibrio entre «las dos hermanas». La clave es vivir desde el centro de nuestro ser, desde lo más auténtico de nuestra persona. Nunca estamos solos. Somos sostenidos, apoyados. Si estamos haciendo la voluntad de Dios, estamos unidos a Él. Si no somos capaces de vivir desde nuestro centro, los acontecimientos diarios tiran y nos llevan de un lado a otro, sin otro horizonte que la preocupación de cada día. Quizá sería muy diferente si tomara unos 20 minutos o media hora cada mañana para estar con Dios antes de meterse en las actividades Dios está en estos acontecimientos. Intentemos descubrirlo para vivir más integrados.

         Miremos a las últimas palabras de Jesús. «María escogió la mejor parte y no se la quitarán.» De nuevo no es una contraposición, sino la complementariedad. No es la idea quedar sentado todo el tiempo a los pies de Jesús. Sin embargo, es necesario tomar un tiempo para escuchar a Dios y a nosotros mismos. Esto puede mejorar notablemente las actividades diarias; es muy diferente si las vivimos con un espíritu de paz y amor.

         La persona humana se enriquece cuando renueva su interior. La oración silenciosa e íntima nos contacta con Dios y con nuestra verdad; muchas veces nos libera de complicaciones innecesarias; también buenas lecturas pueden iluminar nuestra mente y animarnos en el bien. A menudo no es fácil sentarse a los pies de Jesús en silencio. Parece que Él no habla, no dice nada. Sta. Teresa de Ávila dice que muchas veces parece que no pasa nada en la oración; sin embargo uno se encuentra que ha sido alimentado sin comer. El Señor nos da la palabra justa o nos ilumina en nuestras actividades para que sean más eficaces.

         Cada uno tiene el derecho de pararse y buscar el sentido trascendente de su vida. Somos desafiados a ajustar nuestras prioridades para tener tiempo para todo; para que las dos hermanas vivan juntas en paz.

P. Jorge Peterson, OCSO
Monje trapense del Monasterio de Santa María de Miraflores
Rancagua