Imagen: Elena Cherkasova
Lecturas:
Isaís 35, 4-7
Santiago 2, 1-7
Marcos 7, 31-37
Jesús, la Palabra viva y eficaz del Padre, se hace presente entre nosotros cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía. Su obra de salvación continúa hasta el fin del mundo. Sus milagros son signos que comunican un sentido más pleno que el mismo acto de sanación física.
No es fortuito que los evangelios narran tantas curaciones de ciegos, sordos, mudos y cojos. Es lo que el Profeta Isaías predijo en la primera lectura. Estas lecturas nos invitan a abrirnos a la acción de Jesús en nuestras vidas; para abrir nuestros oídos a su Persona y a sus palabras. Los que son sordos a su mensaje serán como «tartamudos» para testimoniar el evangelio por sus vidas. Tantas veces el Papa San Juan Pablo II gritó: «Miradlo a Él.» «Miradlo a Él.»
San Marcos nos regala algunos detalles del encuentro del sordomudo con Jesús. En primer lugar, no tomó la iniciativa él mismo sino que fueron otros lo llevaron a Jesús para que le impusiera las manos. Un sordomudo vive ajeno a todos. No parece ser consciente de su estado. No poder ni hablar ni comunicarse bien, produce aislamiento. Muchas veces los aislados necesitan alguien que se interese por ellos. Las comunidades cristianas son lugares donde estas personas pueden ser rescatadas, como el sordomudo del Evangelio recibió la ayuda de amigos.
Jesús llevó esta persona aparte. Estaba a solas con él. Jesús mostró un interés personal por él, buscaba un encuentro íntimo y personal. La fe en Jesucristo, nace y crece en esa relación personal.
Jesús se comunicó con el sordomudo con señales. «Metió los dedos en sus oídos y con la saliva le tocó la lengua.» Después de mirar al Padre, «suspiró y dijo: effetá, ábrete». La primera palabra que el pobre escuchó era «ábrete». Lo liberó de su aislamiento, de su imposibilidad de escuchar a otros y de poder comunicarse en forma normal. Abrió nuevas posibilidades para su desarrollo humano. Jesús vino para que «tengamos vida, y vida en abundancia».
Más allá de la curación física del sordomudo, el Señor le dio la capacidad de escuchar su Palabra, y poder dar testimonio. A todos nosotros nos invita a orientar nuestras vidas desde su ejemplo y su amor manifestado en toda su vida.
El Padre Pagola comenta: «El relato de la curación del sordomudo es una llamada a la apertura y la comunicación. Aquel hombre sordo y mudo, encerrado en sí mismo, incapaz de salir de su aislamiento, ha de dejar que Jesús trabaje sus oídos y su lengua. La palabra de Jesús resuena también hoy como un imperativo para cada uno; ‘¡Ábrete!’. Cuando uno no escucha los anhelos más humanos de su corazón, cuando no se abre a su amor, cuando, en definitiva, se cierra al Misterio último… ‘Dios’, la persona se separa de la vida, se cierra a la gracia y ciega las fuentes que le podrían hacer vivir.»
Este Evangelio nos invitan a dejarnos sanar por Jesús nuestras sorderas y resistencias que impiden escuchar en nuestros corazones su mensaje; nos impiden entrar en el maravillosa llamada a asumir interiormente sus valores y consejos en nuestras vidas personales. No estamos viviendo tiempos fáciles en la Iglesia. Lo mejor que cada uno pueda hacer es el esfuerzo que significa las renuncias de la mundanidad, de la búsqueda de comodidad sin pensar en los demás que necesitan nuestra ayuda y oración.
Pidamos a Jesús que abra nuestros oídos interiores para recibir su gracia, y que suelte nuestra lengua para que tengamos las palabras justas para dar testimonio de nuestra fe. M. Teresa de Calcuta nos da una pauta como hacer esto: «En el silencio, Él nos escucha; en el silencio, Él habla a nuestras almas. En el silencio, se nos concede el privilegio de escuchar su voz».
P. Jorge Peterson
Monje trapense del Monasterio Santa María de Miraflores, Rancagua, Chile.