Imagen: Elena Cherkasova, «Cantar de los Cantares»

Lecturas:
Gn 2, 4,7,18-24
Hb, 2, 9-11
Mc 10, 2-16

 “Serán los dos una sola carne”. Nos son bien conocidas esas palabras que reflejan el proyecto de Dios sobre el matrimonio, tal como se lee en la primera lectura de este domingo (Gén 2,18-24). En esas palabras se nos ofrecen al menos tres notas sobre la la intimidad sexual como lenguaje del amor conyugal:

  • La sexualidad humana ha sido querida por Dios como signo y medio de la mutua donación de los esposos (Gén 2,21). Se nos dice que la mujer es creada durante un sueño, que se comprende con frecuencia como el espacio de las revelaciones divinas. Así que el «tú» representado por la persona del otro sexo refleja el Tú misterioso de Dios.
  • La sexualidad humana señala la diferencia entre los seres humanos y los demás vivientes. Solo ante la mujer, puede Adán salir de su soledad y encontrar una ayuda adecuada que no le pueden proporcionar los demás seres de la creación (Gén 2,18.22).
  • La sexualidad humana significa y realiza la igualdad entre las personas. Igualdad que se expresa por el mismo origen material, a partir de la carne viviente; por la semejanza del nombre de la mujer con el nombre del varón; y por la identidad de su destino y de su misión: «serán una sola carne», es decir una unidad de proyectos y de vida (Gén 2,23-24).

UN CAMINO COMPARTIDO

Según el evangelio de este domingo, los fariseos preguntan a Jesús si es lícito a un hombre divorciarse de su mujer (Mt 10,2-16). En el relato podemos observar tres datos: 

  • En primer lugar, los fariseos parecen interesados solo por el aspecto legal. Lo que importa es estar bien con la ley. Reducen la relación entre los esposos a un asunto de licitud. Pero Jesús se coloca en el terreno de la verdadera relación con Dios y con la otra persona.
  • Los fariseos no tienen en cuenta la situación en que queda la mujer. Consideran el “acta de repudio” como un derecho del varón, cuando era un deber para que la mujer pudiera volver a contraer matrimonio, sin quedar reducida a la marginalidad y a la pobreza.
  • Los fariseos se colocan en el punto de vista del esposo. Jesús les invita a redescubrir el proyecto original de Dios. El amor no es solo un enamoramiento: es un camino compartido. Un camino de gozos y esperanzas, de proyectos y de pruebas, de fidelidad y de perdón.

 

LA GRACIA DE LA  FIDELIDAD

“Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Estamos habituados a repetir esta frase. Si nos detenemos a meditarla, veremos que está llena de sabiduría y de gracia. Con esta frase, Jesús parece recoger un proverbio sobre la seriedad de las alianzas humanas. Y nos ofrece un lema de vida, un motivo para la gratitud y una llamada al compromiso.

  • “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. A veces se ve el matrimonio tan solo como un contrato. Los que siguen a Jesús están llamados a descubrir el proyecto de Dios. Saben que Dios es amor. Y Dios es fiel. De Dios viene todo amor que aspire a durar en el tiempo y a mantener la entrega total de los esposos.
  • “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Dios es el sujeto último de la unión. Los cristianos han de preguntarse siempre, con sinceridad, si su matrimonio ha sido realmente unido por Dios. Cuando es así, verán también la mano de Dios en la continuidad de su amor. Y darán gracias todos los días por el don de la fidelidad conyugal.
  • “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. En su primera encíclica “Dios es amor”, Benedicto XVI escribió que el amor incluye el sentimiento, pero no es sólo un sentimiento. El amor es, sobre todo, un compromiso de vida. Así lo recuerda también el papa Francisco en su exhortación “La alegría del amor”.

Señor Jesús, tú conocías las opiniones de tu pueblo sobre la realidad del matrimonio. Pero nos ayudaste a verlo con los ojos de Dios. Hoy los esposos cristianos necesitan como nunca ver en el amor de Dios la luz y la fuerza para mantener su alianza. Ayúdalos a descubrir, en tiempos de paz y en tiempos de crisis, la gracia y la tarea de la fidelidad Amén.

Padre José-Román Flecha Andrés