Imagen de un Misal antiguo

Lecturas: Gen 14, 18-20; 1 Cor 11, 23-26; Lc 9, 11-17

         La celebración eucarística de hoy nos remonta al clima espiritual del Jueves santo. En la víspera de su pasión, Jesús instituyó la santísima Eucaristía en el Cenáculo. Así, el Corpus Christi constituye una renovación del misterio del Jueves santo. Es una invitación a profundizar el Misterio de la Eucaristía: los Apóstoles recibieron el don de la Eucaristía en la intimidad de la última Cena, pero estaba destinado a todos, al mundo entero. Jesús les encargó: «Hagan esto en memoria mía.» El Papa Francisco dijo: «la Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia, la genera y regenera, la reúne y le da fuerza.»

         El Evangelio es el relato del milagro de la multiplicación de los panes y los peces; es un anuncio del don que Cristo hará de sí mismo, para dar a la humanidad el pan de vida eterna. Los gestos y la oración de Cristo son significativos: «Tomó los panes y los dos pescados, alzó los ojos al cielo, los bendijo, los partió y los dio a sus discípulos.» Son los mismos gestos que repetirá en la última Cena. Así significan que Dios quiere satisfacer el hambre de ser humano: su hambre físico y su hambre espiritual. Hoy, hay muchos que sufren hambre físico; pero son muchos más que tienen un hambre espiritual: un hambre de encontrar un norte en su vida.

         El Papa Francisco dijo: «Es el pan del futuro, que ya nos hace pregustar un futuro infinitamente más grande que cualquier otra expectativa mejor. Es el pan que sacia nuestros deseos más grandes y alimenta nuestros sueños más hermosos. Es, en una palabra, la prenda de la vida eterna: no solo una promesa, sino una prenda, es decir, un anticipo concreto de lo que nos será dado. La Eucaristía es la «reserva» del paraíso; es Jesús, viático de nuestro camino hacia la vida bienaventurada que no acabará nunca.»

         La Eucaristía es un alimento sencillo, como el pan, pero es el único que sacia, porque no hay amor más grande. Allí encontramos a Jesús realmente, compartimos su vida, reconozcamos su amor; allí

podemos experimentar que su muerte y resurrección son para nosotros. Y cuando adoramos a Jesús en la Eucaristía recibimos de él el Espíritu Santo, y encontramos paz y alegría. Escojamos este alimento de vida: pongamos en primer lugar la Misa, descubramos la adoración en nuestras comunidades. Pidamos la gracia de estar hambrientos de Dios, nunca saciados de recibir lo que él prepara para nosotros.

         Jesús es el camino, la verdad y la vida. En Él encontramos un norte que nos lleva más allá de la muerte. En el fondo es lo que todos buscan.

         Jesús nos ha enseñado el camino de la vida. Sus palabras juntas con las demás páginas del Nuevo Testamento iluminar nuestras mentes. Alimentan nuestras corazones y voluntades con su vida y su entrega hasta la muerte en Cruz. La Palabra de Dios ilumina nuestras mentes y la Eucaristía nos alimenta espiritualmente, nos da fuerza.

        La segunda lectura es el testimonio más original de la celebración eucarística que tenemos. Para S Pablo el banquete eucarístico es sagrado. S Pablo les reta por la insolidaridad de algunos. Dios habita con los seres humanos. Somos un pueblo bendito gracias a una presencia bendita.

         La Eucaristía es el sacramento de Unidad. Cada uno está unido a Jesús; también estamos unidos para formar el Cuerpo de Cristo. En la medida que cada uno se transforma a la imagen de Jesús, se construye la unidad de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Esto es la fuente indispensable, pero muy importante, para trabajar unidos en su Cuerpo para el Reino de Dios.

P. Jorge Peterson, OCSO
Monje Trapense del Monasterio de Santa María de Miraflores
Rancagua