La Anunciación, Ivanka Demchuk
Lecturas: Is 7, 10-14; Rom 1, 1-7, Mt 1, 18-24
La venida del Señor está ya muy cerca. En 3 días estaremos celebrando la gran luz que ha brillado sobre la tierra con el Nacimiento del Hijo de Dios e hijo de María; El que es verdadero Dios y verdadero hombre.
Con estas palabras proclamas el gran misterio que vamos a celebrar. Es un misterio. Parece increíble. Pero Jacques Maritain dijo que un misterio es algo tan inteligible que nosotros no podemos entender todo. Pero podemos entender algo. Podemos adentrarnos un poco o un poco más en este inaudito misterio: Dios hecho hombre. Este es el mensaje de la Navidad. El Dios invisible se ha hecho humano y su cercanía misteriosa nos envuelve.
A veces en la celebración de la Liturgia repetimos palabras que contiene un significado trascendente. A menudo no entramos en su significado vivificante. Necesitamos abrirnos a lo que celebramos; permitir que Dios se revela. Vivimos envueltos en el misterio del amor a Dios para con nosotros.
El Evangelio de hoy nos informa sobre el nacimiento del Mesías. Sorprenden la sobriedad y la brevedad del relato de S. Mateo, especialmente si se compara con lo de S. Lucas. Con grandes líneas nos comunica lo esencial del mensaje.
El trozo que hemos escuchado hoy destaca tres cosas: la concepción virginal de María, “por obra del Espíritu Santo”, sin intervención de varón. Luego, el rol de S. José en este misterio. Destaca que él es el padre legal de Jesús; por esto a él le corresponde imponer el nombre. También así Jesús nace de la descendencia de David, como prometido en el Antiguo Testamento. En tercer lugar, el mismo nombre de Jesús indica su propia misión: “salvará a su pueblo de sus pecados”. Este es la mejor noticia que ha sido comunicado a la humanidad por Dios: Jesús vino para «salvar a su pueblo de sus pecados.» Esta es nuestra necesidad fundamental: ser salvados de nuestros pecados y los de todo el mundo, para que venga el Reino de Dios.
Mateo nos cuenta la presencia de Dios en la vida de S. José. Cuando él ya ha tomado la decisión de separarse de María, Dios interviene. El Ángel le descorre el velo del misterio. Le dirige la palabra con solemnidad: “José, hijo de David.” En este tratamiento resuenan las esperanzas de Israel. Lo que José oye decir el Ángel, debe oírlo como hijo de David. Con profundo respeto y con delicadeza el Ángel indica el misterio: el fruto que María espera, “es obra del Espíritu Santo.” Sólo se nombra un hecho que puede servir de explicación: la actuación del Espíritu Santo. A este Espíritu se atribuye el milagro que ha tenido lugar en el seno de María. Es el Espíritu que a menudo obra en silencio y actúa ocultamente y sin ruido. Después del mensajero nocturno, S. José, con sencillez y docilidad, procede como le había encargado el Ángel. Yo imagino que S. José sentía un gran alivio y obedecía lo que el Ángel le había mandado con gran gozo en su corazón. Amaba a María y quiso pasar su vida a su lado. José es un hombre de fe. Creyó.
Entonces en este tiempo de gracia especial, miremos a S. José y a María, para aprender acoger con alegría espiritual y puro corazón a Niño Dios que viene y celebrar su venida.
P. Jorge Peterson, OCSO
Monje del Monasterio de Santa María de Miraflores
Rancagua