Sepultura de Jesús, Sergei Antonov
Del Sábado santo el Misal solamente dice lo siguiente, caracterizándolo litúrgicamente: «En este Sábado, la Iglesia se aferra al Sepulcro del Señor, meditando Su Pasión y Muerte, absteniéndose del Sacrificio de la Misa, desnuda la sagrada Mesa; hasta que, pasada la solemne Vigilia o expectación nocturna de la Resurrección, lleguen los goces pascuales, cuya abundancia ha de inundarla durante 50 días».
Breve y enjundioso programa final de la Cuaresma. Acentuando este signo de severidad sabatina, de hoy, anotó el Vaticano II: «Téngase como sagrado el ayuno pascual, el cual ha de observarse en todas partes el Viernes de la Pasión y Muerte del Señor, y aún extenderse, según las circunstancias, al Sábado santo; para que de ese modo se llegue al gozo del Domingo de la Resurrección con ánimo elevado y entusiasta» (CLV n. 110).
Como se ve, este sábado es singularísimo, eucarísticamente alitúrgico, sin Misa hasta que resucite Cristo Sacerdote. Además, aunque sin prescribirlo del todo, es día de ayuno pascual, por sí mismo, como acaba de decírnoslo el Misal. Pero que no sea una mera mortificación corporal este día; que la espera del Resucitado nos llene de consoladora esperanza. Unas horas más, y los aleluyas pascuales y repiques de campanas nos anunciarán, un año más, que Cristo resucitó y todos con El resucitaremos. Hasta ese momento, hay que venerar el Santo Sepulcro y pedir por la resurrección pascual de tantos cristianos espiritualmente muertos por el pecado.
Ante el Santo Sepulcro
Oigamos textualmente a los Evangelistas y meditemos:
«Y tomaron (José de Arimatea y Nicodemo) el cuerpo de Jesús, y descolgado, lo liaron con lienzos, y entre ellos pusieron aromas, así como los judíos acostumbran sepultar. Y José envolvió el Cuerpo en la sábana limpia.
«Y en aquel lugar, en donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, que había hecho abrir en una piedra, en el que aún no había sido puesto alguno.
Allí, pues, por causa de la «Parasceve» de los judíos, porque estaba cerca el sepulcro, pusieron a Jesús. Y revolvió José una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se marchó; y el Sábado alboreaba».
Y continúan los Evangelistas:
«Y viendo también las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea, María Magdalena y María de José observaron el sepulcro estando sentadas delante de él, y miraron dónde lo colocaban, y cómo fue depositado su Cuerpo. Y volviéndose, prepararon aromas y ungüentos, y reposaron el sábado, conforme al mandamiento».
Siguen las precauciones de las autoridades judías para precaver el hurto del cadáver por los discípulos de Jesús. En efecto, terminan los Evangelistas:
Ellos fueron, y asegurando bien el sepulcro, sellaron la piedra, y pusieron guardias»
Resucitado y ascendido Jesús al cielo, los Apóstoles y los primeros cristianos visitaron y honraron siempre este Santo Sepulcro. Fue en vano que Adriano y los emperadores lo profanaran e intentaran hacerlo desaparecer, porque costó poco a Elena descubrirlo y rehabilitarlo. Tras no pocas vicisitudes, convirtióse en centro de atracción universal, y tal es hoy el Santo Sepulcro de Jerusalén. Para confusión de todos, se mezclan allá todavía los ritos latino, griego, armenio y hasta copto.
Muerto Jesús ¿adonde fue?
No vamos a responder teológicamente, ni magistralmente, ni pretender develar el misterio. Baste para las almas sencillas lo que San Buenaventura pensó haría el Señor en este sábado, ya muerto. Dice:
«Luego que murió el Señor, descendió a los infiernos, donde estaban los Santos Padres y permaneció allí con ellos. Estos estaban entonces en la Gloria, porque la visita del Señor es su gloria perfecta. ¡Cuánta fue su benignidad en descender a los infiernos, cuánta Su caridad y Su humildad! Podía El, ciertamente, enviar un ángel a aquellos lugares y dar libertad a todos Sus siervos, haciéndolos presentar en donde quiera; pero esto no lo permitía Su amor infinito y Su gran humildad. Descendió, pues, el Señor de todo lo criado, por Sí mismo, para visitarlos, y no como a siervos, sino como a amigos, permaneciendo allí con ellos hasta el domingo, poco antes de la aurora. .. regocijáronse los Santos Padres a la llegada del Señor y se llenaron de inmensa alegría, que alejaba de ellos toda pena, y entonaban cánticos y alabanzas en Su presencia. Hay que representarse a aquellos santos personajes con sus cuerpos, como estarán (y estaremos después de la resurrección universal), igualmente a aquella dulcísima Alma de N. Señor Jesucristo»
El Oficio divino de este sábado
Aunque sin Misa diurna, este Sábado culmina nocturnamente con la triunfante vigilia del Misterio pascual. Entre tanto, la Esposa del Señor, muerto y sepultado, vela Su sueño plácido, hasta el atardecer, rezando emocionada las Horas de un Oficio delicioso, cuyos maitines prorrumpen así:
Estoy durmiendo conmigo mismo en paz, y descansando. Mi carne descansa esperando.
Y la Esposa ordena imperiosamente:
¡Alzaos, portales eternales, para que entre el REY DE LA GLORIA! Porque HOY ha destruido los calabozos del infierno y ha desbaratado el poder del demonio.
Y exhorta San Pablo, con David:
Si oyereis HOY la voz del Señor, no endurezcáis vuestros corazones. .. ; porque la Palabra de Dios es eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos…
Una voz medieval —en los mismos maitines— nos guía con rara elocuencia, en este Gran Sábado, en el descenso del Señor al lugar de los Padres, simulando un diálogo, o mejor, un enfren-tamiento con Adán, después de despertarlo de su larguísimo sueño. Lo toma de la mano y le grita: «¡Depiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, que Cristo va a ilustrarte!» Cristo le revela quién es EL: «Yo soy tu Dios, que a causa tuya, fui hecho hijo tuyo (hijo del hombre)…». Y termina llevándolo al Paraíso celeste, convertido, desde toda eternidad, en Reino de los cielos, y así se da cuenta exacta de su derrota definitiva. Todo esto sucedió HOY, acota el Responsorio final.
—Los Laudes, a la vez que a la compunción con lágrimas por la muerte del Unigénito, nos invitan a tener confianza en Su triunfo a tenor de lo que El mismo declara rotundamente: «Yo morí, sí, yero he aquí que estoy vivo y viviré por los siglosde los siglos, y tengo en Mis manos las llaves de la muerte y del infierno». Por su parte, la Iglesia, en las «Preces» pídele misericordia por nosotros, llamándolo: «Eedentor nuestro, Cristo Salvador, Cristo Señor, Padre nuestro, Nuevo Adán, Jesucristo Hijo de Dios vivo», con quien fuimos cosepultados en el bautismo y hemos de resucitar mediante una conversión de vida.
—Las tres Horas Menores, con himnos preciosos propios, presentan a la Iglesia orante, intercediendo por los esclavos del pecado y por los presos y atormentados, al Rey bueno (Tercia) ; vitoreando a Cristo, cargado con la Cruz y ya clavado en ella, vencedor y recuperador de cuanto el demonio, «príncipe del mundo» habíale arrebatado (Sexta); Nona presenta a Cristo, ya muerto, rasgando el viejo decreto de condenación, aboliendo la antigua servidumbre y devolviendo la verdadera libertad. Por eso concluye la antífona: «Su nueva morada es un lugar de paz, el cielo es Su trono».
— En Vísperas, vemos al Crucificado destruyendo la muerte con Su muerte, y con Su vida dándonos la vida; mientras, a la diestra del Padre, campea como Víctima esplendorosa, para los mortales convertida en bandera. Las «Preces» valdrían para que grupos de fieles devotamente se alternaran ante un Cristo yacente, para adorarlo, leyéndolas pausadamente y meditándolas, con el estribillo que ellas mismas proponen. Aluden a la lanzada, a la sangre y agua derramadas, a la sepultura, a los que todo esto ignoran y viven sin ninguna esperanza, a la promesa hecha al buen ladrón, al mundo universo, y finalmente, ¡cómo no! a los fieles difuntos.
La Flor de la Liturgia Renovada, extracto.
Andrés Azcárate. Ed. Claretiana, 1976