Lecturas de la Solemnidad

Hc 2,1-11; Salmo 103; 1 Co 12,3b-7.12-13; Jn 20, 19-23

Oración de MISA de la VIGILIA:

«Dios todopoderoso y eterno que has querido que celebráramos el misterio Pascual durante 50 días renueva entre nosotras el prodigio de Pentecostés para que los pueblos divididos por el odio y el pecado se congreguen por medio de tu  y reunidos confiesen tu nombre en la diversidad de sus lenguas por Jesucristo nuestro Señor».

Nos reunimos esta tarde con María, que es ejemplo de la apertura al Espíritu, esperando en oración la venida del Espíritu Santo, con un sentido universal católico en nombre de todos los pueblos, ansiando que haya un solo pueblo. Las muchas lenguas de Babel, que estaban divididas en muchas por la soberbia de un solo pueblo, se convierten por Espíritu, en una sola lengua, que es entendida por todos los que reciben el Espíritu del Señor. Una comunión que es la garantía de unidad en las comunidades cristianas con muchos carismas, una comunión de hermanos en todo el mundo, pidiéndolo para nuestro país y también para nuestra comunidad.

En cada uno se manifiesta el  Espíritu para el bien común (1Co 12). No es sólo para mí sino para el bien de los demás. El carisma es gracia de Dios para los demás, y hemos de cultivarlo. Los propios y los de la Comunidad.

Esta tarde, con María, hemos pedido encarecidamente por el fin de la pandemia, poniendo todo en manos del SEÑOR de la Historia. Ahora le pedimos al  Espíritu SANTO, que nos llene el corazón y que podamos hacer este rato de oración entre todas meditando la Palabra y gozándonos de los dones del  Espíritu Santo, de sus frutos, de sus nombres, de sus símbolos, de su acción, es decir de su forma de actuar suave y apacible, de los deseos que despierta en nosotras, o que más bien sabemos que el Señor pone en nuestro corazón y en nuestros labios: adorémosle, escuchémosle, dejémoslo actuar, abrámonos a su gracia. 

El acontecimiento de Pentecostés es plenamente pascual. Es una fiesta de la Iglesia. Pentecostés, para los judíos, es la “Fiesta de las semanas”, Tertuliano, en el S II relata ya la forma solemne en que esta fiesta se celebraba en Jerusalén. En las Constituciones Apostólicas (Libro V parte XX), S IV, dice que Pentecostés duraba una semana,  pero en occidente no se celebró con octava hasta mas tarde. Esta tiene lugar en el contexto de un encuentro con Jesús resucitado. Es en la lectura evangélica de un domingo de Pascua. Como ahora en que creemos que Jesús está aquí con nosotras porque estamos reunidas en su nombre, deseando recibir al ESPIRITU SANTO. Pentecostés es el comienzo de la misión apostólica de la Iglesia y de la de cada uno, garantizado por el Santo Bautismo, con el que fuimos consagrados como sacerdotes, reyes y profetas.


Hagamos un acto de fe y reflexionemos sobre nuestra fe: “Creo en el  Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”. Se dice SEÑOR, porque nos libera de la esclavitud del pecado y se adueña de nuestras almas, dejémoslo actuar. Se dice DADOR DE VIDA, porque así como el alma da vida al cuerpo, la gracia da vida al alma.  Habló por los PROFETAS, que hablaban en nombre de Dios, profecías que tienen su cumplimiento en el N T.

Alabemos con alegría al Señor por los dones que nos da. Se han ido sucediendo en este tiempo, las solemnidades, celebrando diversos aspectos del Misterio de Cristo: la cena, la pasión, la cruz, la Resurrección, la Ascensión y  ahora llegamos al culmen, porque el Señor nos cumple la promesa haciendo descender sobre nosotros al Espíritu Santo, sus gracias nos llegan a través de El.  Nos hace disfrutar de los dones y carismas que nos da la revelación, reparte a cada uno en particular lo que le parece. Como dice San Juan Crisóstomo  citando a S Pablo: El mismo y único  Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece. A cada uno le da el don que le parece, así nos complementamos y podemos ayudarnos unos a otros. Ahí está la riqueza.

Reflexión sobre sus dones:

Dones. El  es inaccesible por su naturaleza y se hace accesible por su bondad, todo lo llena con su poder pero se comunica sólo a los que son dignos de ello y no a todos en la misma medida, (como decía antes S Pablo), sino que distribuya sus dones en proporción a la fe de cada uno (S Basilio, sobre el  Espíritu Santo 9, 22- 23). El Espíritu del Señor llena la tierra y como da consistencia el universo no ignora ningún sonido.

Sus frutos:

El  derrama sus frutos en nuestra alma. Miremos o acojamos sus frutos.

“El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, afabilidad, benignidad, bondad, fe, fidelidad, mansedumbre, templanza, dominio de sí, contra tales cosas no hay ley (tomando diversas traducciones, Ga5,22 – 23). Además el perdón de los pecados, la luz de la inteligencia para conocer los misterios divinos, la ayuda a cumplir los mandamientos, la esperanza en la vida eterna, el hablar con sabiduría (1Co 12), el curar enfermedades, “el os lo enseñara todo” (Jn 14). Adorémosle, escuchémosle, dejémosle actuar.

Vamos a sus nombres:

Maestro interior, Artífice de la tradición viva, de la oración  (CEC 2672), dador de gracia, gran auxiliador y protector (S Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 16), consuelo en el llanto, consolador, Paráclito, dulce huésped del alma, intercesor,  Espíritu de verdad (Jn 4), santificador, descanso en el trabajo, Luz que penetra las almas, gozo que enjuga las lágrimas, divina luz.

Miremos su acción:

El  nos renueva interiormente mediante una transformación espiritual (Ef 4, 23). Nos ilumina y nos fortalece para vivir como hijos de la luz, en toda la bondad, la justicia y la verdad en todo (Ef 5,8-9). El  con la fuerza del Evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su esposo (S Ireneo, Adv Haer. 11,24,1) El  viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar en primer lugar la mente del que lo recibe y después por las obras de éste, ilumina las mentes de los demás. Su acción es suave y apacible. Su experiencia es agradable y placentera. Su yugo es levísimo (S Cirilo de Jerusalén, Catequesis 16,1 sobre el  Espíritu Santo). Por el Espíritu Santo se nos restituye el paraíso, por él podemos subir al Reino de los cielos, por él obtenemos la adopción filial, por él se nos da la confianza de llamar a Dios con el nombre de Padre, la participación de la gracia de Cristo, el derecho de ser llamados hijos de la luz, partícipes de la gloria eterna. Por el podemos contemplar como en un espejo, cual si estuvieran ya presentes los bienes prometidos que nos están preparados y que por la fe esperamos llegar a disfrutar (S Basilio Magno, Sobre el  Espíritu Santo, 15). Por él los corazones son elevados hacia lo alto, los débiles son llevados de la mano, los que ya van progresando llegan a la perfección (Ib, 9). El Espíritu Santo ejerce una acción especial en todos los hombres que son puros, en sus intenciones y afectos (S Basilio, Comentario sobre Isaías, 3). Allí donde está la Iglesia allí está el  Espíritu de Dios; allí donde está el  Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia de Dios (S Ireneo, Adv Haer. 3,24). “Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece, él es el alma de la Iglesia. El es quien exolica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio” (S Pablo VI, Ev. Nuntiandi, 75).

El  Espíritu Santo nos enseña a orar:

Veamos, en frases de la Sagrada Escritura, del Catecismo y de los Santos Padres, como el  nos ayuda a aprender a orar: Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el  Espíritu Santo quien con su gracia proveniente nos atrae al camino de la oración. Puesto que el nos enseña a orar recordándonos a Cristo, como no dirigirnos también a él orando. Por eso la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante  (CEC 2670).  Recuerda esto lo de la RB. En los corazones de los bienaventurados El Espíritu Santo clama: ABBA Padre, sabiendo que los que han caído, o pecado, después de emitir gemidos y sentirse abatidos, intercede ante Dios con gemidos inenarrables haciendo propios nuestros gemidos por su humanidad y misericordia (Orígenes, Tratado sobre la oración). Éste  Espíritu del hijo, les enseña a orar al Padre (Ga 4,6).

Símbolos con que se representa el Espíritu Santo:

El fuego que transforma

El agua que brota del costado de Cristo

El agua del Bautismo

El viento, ráfaga, brisa

La nube, oscura o luminosa (Exodo) se revela la gloria divina

La paloma que baja  sobre Cristo en su Bautismo, y  en el Génesis

El aceite o el óleo que unge (Confirmación)

La imposición de manos por la que se nos da el Espíritu

El  Espíritu Santo y María:

Encomendemos nuestro deseo de recibir al Espíritu Santo a la Virgen María:

En María el  Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre: la Virgen concibe y da luz al Hijo de Dios por obra del  Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder  del Espíritu Santo y de la fe (CEC 723). Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los apóstoles, antes del día de Pentecostés, “perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús y con los hermanos de este” (Hc1,14).  . Con esta expresión, el Concilio Vaticano II, (Lumen Gentium 59) une entre sí dos momentos en los que la maternidad de María está más estrechamente unida a la obra del Espíritu Santo: Primero, el momento de la Encarnación, y luego el del nacimiento de la Iglesia en el cenáculo de Jerusalén (Juan Pablo II, Carta en el aniversario de Concilio de Constantinopla y Efeso, n 8). María es la zarza ardiente de la Teofanía definitiva: llena del  Espíritu Santo, presenta al verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (Lc 2,15-19) y a las primicias de las naciones (Mt 2, CEC 724).  María por la misión del  Espíritu Santo, se convierte en la mujer, la “nueva Eva”, madre de los vivientes, madre del Cristo total.  Es decir, de Jesús cabeza y del cuerpo que es la Iglesia. Si, María es madre de la Iglesia.

Así es como está presente “con los 12 que perseveraban en la oración”. En el amanecer de los últimos tiempos que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia (CEC n 726).  

El Espíritu Santo nos ayuda a ser santos:

Como lo explica el Santo Cura de Ars: “Los santos no deben su felicidad más que a su fidelidad en seguir los movimientos que el  Espíritu Santo les envía”. Todos estos movimientos o inspiraciones son los atractivos movimientos, reproches, remordimientos interiores, luces y conocimientos que obra Dios en nosotros por su cuidado y amor paternal para llevarnos a las santas virtudes (S Fco de Sales). El  Espíritu Santo apareció bajo la forma de paloma y de fuego porque a todos los que llena, los hace sencillos y nos anima a obrar; los hace sencillos con la pureza, y los anima con la emulación; pues a Dios no puede serle grata la sencillez sin celo, ni el celo sin sencillez (S Gregorio Magno, Homilía 30 sobre los evangelios).

Recordemos sus  siete dones:

Hemos recibido el sello del Espíritu Santo, con el que vienen sus dones, dones  de sabiduría y de inteligencia,  de consejo y de fortaleza,  de ciencia y de piedad,  del santo temor. Cristo el Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón como prenda suya el Espíritu Santo como te enseña el apóstol. Por el  Espíritu Santo los corazones son elevados hacia lo alto, los débiles son llevados de la mano, los que van progresando llegan a la perfección. (S Basilio Magno, sobre el  Espíritu Santo, 9). Confiémonos en su obra que nos puede llevar al paraíso, al Reino de los cielos.

Adorémosle, escuchémosle, dejémoslo actuar, agradezcamos sus dones. 

M. Alejandra Izquierdo M.