Pentecostés, Ioan Popa

Lecturas: Hch 2, 1-11; 1Cor 12, 3-7, 12-13; Jn 20, 19-23

EL ESPIRITU SANTO ES EL ALMA DE NUESTRA ALMA

En este día, contemplamos y revivimos en nuestras vidas a través de la liturgia la efusión del Espíritu Santo. El Espíritu es el gran don que Cristo resucitado pidió del Padre. El Espíritu Santo continuará la obra que el Hijo Encarnado mereció para la salvación de la humanidad. La venida del Espíritu Santo es un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo en Jerusalén para construir la Iglesia durante todos los siglos.

Nuestras mentes y corazones están fijos, hoy, en lo que ocurrió en el primer Pentecostés. La descripción de S. Lucas de lo ocurrido es llamativa. La Ley del Antiguo Testamento fue entregado en el monte Sinaí con truenos y relámpagos. La nueva Ley del Espíritu con un viento huracanado y lenguas de fuego, (fuerza y luz). Esta invasión del Espíritu Santo en la Iglesia naciente transformó los primeros cristianos en testigos valientes de la Resurrección de Jesús; de inmediato empezaron a hablar de las maravillas de Dios.

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, como también es el alma de cada comunidad cristiana y de cada creyente. Es fuente de conocimiento de Dios y de apostolado, de oración y de testimonio.          Es fuente de diversidad y de armonía. Para que su obra se realice es necesario la docilidad y desprendimiento de cada uno del grupo. El Papa Francisco comentó: “Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provoca conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos.”

Esta enseñanza es muy actual ahora. El Papa está fomentando la integración de los laicos, especialmente las mujeres, en posición de protagonismo en la Iglesia. Es importante que cada uno esté abierto a lo que el Espíritu Santo quiere realizar. Los Hechos de los Apóstoles relata momentos de tensión. Muchos tuvieron que abrir sus ojos a lo nuevo que Dios estaba haciendo con la conversión de los paganos. Con humildad y paciencia avanzaron en unidad.

La lectura de la carta a los Romanos explica la transformación que el Espíritu obra en cada creyente. Este Espíritu de Dios, no solamente está con nosotros, sino habita en nosotros. Es el alma de nuestra alma. Nos hace sentir que Dios es el mejor de los Padres. Podemos orar con confianza como hijos. Además, desde adentro nos ilumina para ver con lucidez para elegir lo bueno y rechazar lo malo. Además nos da fuerza, fuerza de lo alto, para rechazar las tentaciones del diablo. Nos ayuda a poner orden en nuestros instintos para que nuestro cuerpo sea un buen instrumento para la obra de Dios. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.» Este amor nos urge hacer el bien que podemos para otros. Es dinámico.

Hoy oramos especialmente por un nuevo Pentecostés para la Iglesia. En muchas partes los cristianos son perseguidos por su adhesión a Jesús. Hay muchos mártires. Necesitan nuestra oración.

Cuando se le preguntó a S. Pablo VI cuál era la más grande necesidad de la Iglesia de nuestro tiempo, respondió: “éste es el misterio de la vida de la Iglesia: el Espíritu, el Espíritu Santo… la Iglesia necesita de una nueva Pentecostés permanente, necesita tener fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirad”. Jesús nos asegura: «Si Uds. saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo piden.»

Esta es nuestra oración en esta Eucaristía: un nuevo Pentecostés para todo el pueblo de Dios.

P. Jorge Peterson, monje trapense
Monasterio Santa María de Miraflores, Rancagua.