Como es habitual, tengo algunas ideas y reflexiones que me gustaría compartir con vosotros. En la primera lectura de la Misa de la Noche de Navidad, del libro de Isaías, antes de hablarnos del Mesías que va a venir, se habla de guerra, esclavitud, batallas, oscuridad y hasta de una capa empapada en sangre. La situación que describe Isaías es la de la opresión de Asiria respecto de Israel. Pero el texto sigue, y se alza la esperanza para el pueblo que vive envuelto en tinieblas. La luz brilla y trae esperanza y alegría cuando se proclama al Mesías que vendrá como un niño y como Príncipe de la Paz. En un momento de oscuridad tal, ¿podían acaso los israelitas escuchar la palabra de Isaías y creer en lo aparentemente increíble? Esa es una pregunta que se nos podría aplicar también a nosotros.
En esas imágenes de la Escritura nos hablan de paz. Me acuerdo de una película que vi hace unos años llamada Joyeux Noël. La película narra un acontecimiento que tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial, que para muchos fue la más sangrienta de las guerras. La historia muestra que en ella los campos de batalla quedaron empapados en sangre. La película comienza con jóvenes recitando textos patrióticos que narran la valiente historia de sus países. Esos mismos jóvenes, después, expresan su odio y su asco por los enemigos. Conforme se va desenvolviendo la trama, los alemanes, franceses y escoceses se nos muestran en las trincheras, ante un trozo de tierra sin ocupar conocido como tierra de nadie. Es Nochebuena y los soldados son cristianos, pero cada uno permanece en sus trincheras.
Entonces un soldado alemán comienza a cantar Noche de Paz. Despacio, y mientras canta, sale de la trinchera sin rifle, llevando un pequeño abeto. De repente, uno de los escoceses toma su gaita y comienza a acompañar al soldado alemán en el segundo verso del villancico. El escocés empieza entonces a tocar Adeste Fideles y todos empiezan a cantar. Esto lleva a los oficiales de los tres ejércitos a reunirse en el centro de la tierra de nadie para negociar una tregua entre las tropas para celebrar la Navidad.
Poco a poco los soldados comienzan a salir de las trincheras y un soldado alemán ofrece a uno francés un trozo de chocolate. Otros ofrecen champán y otros comienzan a enseñar fotos de su familia. De repente la escena nos muestra a las tropas jugando al fútbol unos con otros en la nieve. Dado que la alegría y el espíritu festivo se prolongan el día siguiente, los soldados piden un día adicional de tregua para poder enterrar a sus compañeros muertos. En medio de esta guerra tan sangrienta e intensa, lo increíble fue creíble. Los enemigos de ayer vivieron fugazmente en paz. Los actos de guerra se convirtieron en intercambios de paz. Los bombardeos cesaron, y en lugar de armas hubo manifestaciones de solidaridad y amistad.
Esta historia es una parábola de esa lectura de Isaías de la Misa de la noche de Navidad. Lo que importa es que recordemos en los días que vienen y durante toda la Navidad que nuestro mundo está marcado por la guerra y disensión en muchas de sus regiones, a pesar de la visión del profeta y del mensaje del Evangelio. Nuestro mundo sigue experimentando la tragedia de naciones divididas y de una epidemia que sigue en pie de guerra frente a toda la humanidad. Nuestros sentimientos suelen ir hacia aquellos que están más cerca de nosotros, y es lo lógico. Pero tenemos que seguir rezando por aquellas regiones del mundo marcadas por la guerra, la violencia y el odio. Nuestra oración no puede olvidar nuestra tierra, tan plagada de problemas y tan rota, necesitada de tanta sanación y del fruto de la paz, la justicia y la reconciliación. Todas estas regiones del mundo pueden parecernos lejanas, puede parecernos difícil para nosotros imaginar su realidad y es muy complejo para nosotros entender su cultura. Pero todos ellos son hermanos nuestros en la familia humana. Todos son hijos de Dios. Incluso en la orden benedictina hay en estos momentos comunidades que sufren las atrocidades de la guerra. Como benedictinos y benedictinas, pidamos con insistencia que la paz de Cristo habite en nuestro mundo, en nuestras comunidades y en nuestras vidas.
Para concluir, os deseo a cada uno, hermanos y hermanas, la gracia y la alegría en este tiempo santo, y un año nuevo lleno de esperanza y de paz interior. Que el gran misterio del Nacimiento de Cristo toque nuestros corazones y nuestras mentes, para que podamos ser embajadores de esperanza y de amor, fortaleciéndonos para “no anteponer nada a Cristo, y que él nos lleve a todos juntos a la vida eterna” (RB 72, 11-12).
En Cristo, nuestra esperanza y nuestra fuerza
Abad Primado Gregory Polan, O.S.B.
Traducción: Fr. Luis Javier García-Lomas Gago, OSB
Abadía de Santo Domingo de Silos