Testimonio vocacional: Carolina Becerra

Nací en Rengo, muy cerca del monasterio, así que desde pequeña tengo recuerdos de estos muros de adobe, siempre limpios y amarillos; de su entrada adornada antes con eucaliptus inmensos, de rezar el rosario afuera de la iglesia, sentada en sillas de mimbre con las hermanas siempre tan alegres y acogedoras.

Un poco más grande percibía otras cosas, me encantaba la belleza sencilla y natural del lugar, la paz que se sentía fuerte en el silencio, seguir viendo esa luz intensa en los rostros de las hermanas que expresaba la alegría y plenitud de su vidas vividas en el Señor.

Todo esto lo admiraba, pero siempre como espectadora. La idea de ser monja no estaba en ninguno de mis planes ni posibilidades. Para mí era un misterio todo acerca de la vocación religiosa, además creía que el Señor sólo llamaba a las personas que estaban siempre en la Iglesia participando en un montón de cosas o que tenían una fe enorme, y yo tenía claro que no era ese mi caso. Me sentía demasiado normal como para ser “llamada”, porque era como cualquier joven de hoy; creía por supuesto en Dios, y también me gustaba salir, la música y tocar mis instrumentos, hacer cosas entretenidas, compartir con mi familia y amigos.

En el minuto en que terminé la universidad, sentí que tenía que tomar una decisión importante sobre la cual tenía cero claridad. Veía que el mundo me ofrecía un montón de posibilidades maravillosas para ser feliz y tenía toda la vida por delante para hacer lo que yo quisiera, sólo tenía que elegir. Entonces sentí que era tiempo de empezar a ponerme a pensar en cómo iba a vivirla, de discernir la forma en que yo iba a enfrentarme a ella, a qué quería dedicarle yo todas mis fuerzas, en qué quería gastar mis energías diariamente. No me parecía tan obvio dejarse llevar por una corriente que todos sabemos dónde te lleva. Quería encontrar algo que encauzara mis ganas de ser feliz por un camino de sentido profundo y verdad.

Y como esta no es decisión que se tome de un momento a otro, mientras todo dentro de mí se iba aclarando, comencé a ejercer mi profesión trabajando en algo que realmente me apasionaba, pero así y todo no me conformaba. En esta búsqueda, el Señor ya me había dado algunas pistas, cosas que yo sentía muy profundamente y que me gustaba hacer, pero no lograba ver exactamente mi camino, no fue fácil encontrarlo.

Entonces ocurrió algo importante, volví a reencontrarme con el monasterio, este mismo monasterio que siempre estuvo tan cerca de mi casa, al que vine desde chica pero que al crecer dejé de visitar regularmente.

Ocurrió que un día comencé a trabajar en la “Casa de Estudio San Benito”. Este fue el medio que me conectó con la espiritualidad benedictina, que me haría reconocer y madurar mi fe, que me acercaría al Señor por medio de su Palabra, teniendo la Lectio Divina como fuente y motor de nuestro trabajo. Allí aprendí todo lo que en la universidad no me habían enseñado respecto a educar, y lo que aprendí es todo lo que Jesucristo nos entrega para ser felices y lo que nos pide hacer, para que también otros puedan serlo. Fue así como, por “motivos laborales”, el Señor me trajo de vuelta al monasterio, motivos que se fueron transformando con cada visita y oración en un encuentro cada vez más profundo con Él y esta vida. Vísperas, la oración cantada a través de los salmos y la belleza de la liturgia fue para mí un gran descubrimiento, uno maravilloso; y la vida entregada con alegría de las hermanas, algo que me conmovía profundamente.

Entonces sentí que mi búsqueda había terminado, sorprendida de haber encontrado respuestas y sentido donde menos imaginaba, y tal vez donde menos busqué. Pero es el Señor el que nos llama, y Él me llamó aquí, en este monasterio, para hacer de su vida mi vida, bajo la Regla de San Benito que, como señala en su prólogo: “Y buscando el Señor a su obrero entre la muchedumbre, le dice: ¿Hay alguien que ame la vida y desee ver días felices? Si tú, al oírle, le respondes: YO, otra vez te dice Dios: Apártate del mal y haz el bien; busca la PAZ y corre tras ella (RB Pról. 14-17); era también mi voz que decía ¡YO! Yo también amo la vida y deseo ver días felices, quiero buscar la PAZ, correr tras ella y seguir con toda mi vida a Jesucristo.

Carolina Becerra Muñoz, postulante
Diciembre 2015