La Parábola de la oveja. Elena Cherkasova
Lecturas: Ex 32, 7-11, 13-14; 1 Tim 1, 12-17; Lc 15, 1-32
PARÁBOLAS DE LA ALEGRÍA
“El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”. Siempre hemos pensado que es el hombre quien ha de arrepentirse y cambiar su camino. Por eso es tan llamativo leer que Dios se arrepiente de una decisión que había formulado. Pero así nos lo presenta hoy el libro del Éxodo (Éx 32,14).
El contexto es bien conocido. Mientras Moisés está en la montaña, los israelitas entregan sus joyas a Aarón para que les fabrique un dios visible, como los que habían visto en Egipto. La adoración del becerro de oro reflejaba su nostalgia del pasado de esclavitud y su desprecio de la futura libertad que Dios les ofrecía.
Moisés intercede por su pueblo ante el Señor. Le pregunta si va a olvidar lo que ha hecho por Israel y la esperanza que ha encendido ante sus ojos. Y Dios decide ser fiel a sí mismo, a pesar de la infidelidad de su pueblo.
El salmo responsorial se hace eco de ese atributo de Dios cuando nos lleva a implorarle: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa” (Sal 50).
LA PÉRDIDA Y EL HALLAZGO
Esa imagen de un Dios misericordioso y compasivo se refleja en las tres parábolas evangélicas de las pérdidas y los hallazgos. Las dos primeras evocan la pérdida de una oveja, reencontrada por el pastor y la pérdida de una moneda buscada por su dueña (Lc 15,1-10).
Quien encuentra la oveja comunica la buena noticia a los amigos. Quien encuentra la moneda, comparte esa buena noticia con las vecinas. En ambos casos se pasa del nerviosismo a la paz, de la búsqueda al hallazgo, y de la soledad a la compañía. Ni el hombre ni la mujer gozan a solas de su satisfacción por el éxito de su búsqueda.
La tercera parábola incluye detalles conmovedores. Un hijo se va de casa buscando libertad, pero pronto se ve sumido en una triste soledad. Cuando regresa, el hermano mayor se niega a recibirlo. Pero en ambos casos el padre sale de casa a encontrarse con sus hijos.
En las tres parábolas resuena la alegría por el hallazgo. La pérdida pertenece ya al pasado. Ante el gozo del hallazgo se olvida la fatiga de la búsqueda.
EL ENCUENTRO Y LA ALEGRÍA
Con todo, la peripecia del pastor y de la mujer no pertenecen al mundo de los cuentos. Estas parábolas reflejan las relaciones del hombre con Dios. De hecho se cierran con una conclusión con la que Jesús nos invita a levantar la vista a los cielos: “Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.
- El pastor dedica toda su atención a la oveja que se ha perdido. La mujer tiene diez monedas, pero emplea su tiempo en buscar la que se le ha perdido.
- Los justos son la alegría de Dios. Pero mayor alegría hay cuando alguien descubre el bien, la verdad y la belleza que solo pueden encontrarse en Dios.
- La parábola del hijo pródigo concluye retomando la idea de la alegría por el encuentro del hijo y hermano que se había perdido.
– Padre celestial, reconocemos que muchas veces nos hermos perdido. Pero sabemos que tú sales cada día a buscarnos. Nuestra pérdida nos daña a nosotros. Pero el hallazgo y el reencuentro es una alegría para ti, que nos amas y nos buscas. ¡Bendito seas!
Padre José-Román Flecha