Puerta del bautisterio del Santuario de Aparecida, Claudio Pastro

Lecturas:
Sb 7, 7-11
Hb 4, 12-13
Mc 10, 17-30

«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». (Mc.10,17-22).

        Un individuo va hacia Jesús y le hace una pregunta fundamental: ¿qué haré para heredar la vida eterna? … Un hombre angustiado busca solución para un problema crucial: qué hacer para obtener la vida después de la muerte. Llama la atención que este joven (lo sabemos por Mt.) tiene todo lo que hoy se requiere para ser feliz (juventud, riqueza, estatus social). Es todo lo que la publicidad nos impone y nosotros perseguimos más o menos inconscientemente. Sin embargo, parece que siente un vacío en su vida y por eso pregunta: ¿qué haré para heredar la vida eterna? Reconoce en Jesús a Alguien que puede resolver su problema y calmar su angustia.

El texto del Evangelio dice que este joven se le acercó “corriendo” y se arrodilló…” En Oriente el correr es un comportamiento reprochable pero su angustia es tan insoportable que llega a transgredir las convenciones sociales… No viene a Jesús como otros personajes oprimidos por la enfermedad, sino a partir de una inquietud interior: ¿Qué tiene que hacer para heredar la vida eterna? ¿No parece preocuparle la vida terrena, que la tiene resuelta, él pregunta por una vida en que la muerte no sea el final de todo? Todos somos como este joven rico que vamos corriendo y también podemos acercarnos hoy a Jesús con la misma pregunta en el corazón. ¿Dónde encontrar una Vida plena y llena de sentido?

Jesús le contesta: “¿por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno, mas que Dios”.  Jesús quiere decir: sólo Dios es el último fundamento de todos los valores, sólo El da sentido definitivo a nuestra vida humana en esta tierra. Sin Dios, el ser humano no sabe a dónde va, ni logra comprender quién es en profundidad; solo Dios puede apagar la sed profunda de sentido y de felicidad que llevamos en el corazón.

La respuesta que Jesús da a este individuo del Evangelio se dirige a cada una y a cada uno de nosotros. Jesús le dice: “ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre…”. Es decir, Jesús le refresca la memoria de los mandamientos. Él le responde: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño…”. Ahora se siente mejor. Por un momento se disipa su angustia y respira mejor.

Jesús, se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, y así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme”. La mirada aquí es importante. Si es consignada en el Evangelio, es porque habría sido algo inolvidable que impresionó a los testigos de la escena. Jesús comienza a mirarle de un modo nuevo. La mirada es una experiencia de intimidad, de afecto silencioso, de amor sin palabras. Podría decirse que la mirada de Jesús es provocativa, porque trata de “llamar”, y de invitar a un discípulo potencial. En lo profundo de ese hombre, Jesús descubre quién es en su corazón. Jesús ama a ese hombre que viene… y lo hace sin palabras, a través de la mirada.

En el gesto de posar su mirada sobre él este contenido todo su amor. No hay nada más bello que esta mirada. En esa mirada de amor está el secreto de toda una vida. Esa es la mirada de Dios sobre todo ser humano, una mirada de amor.  Que nos dejemos alcanzar por esta mirada de amor.

Jesus le mira y le dice algo así, con su mirada:” ¿Eres muy rico, pero no quiero tus riquezas, te quiero a ti, por qué no dejar todo y te vienes conmigo? Véndelo todo, no me traigas nada, no me des ninguna cosa, ven tú mismo, a tí te quiero, Ven tú conmigo y haremos el camino juntos”.  

Jesús le invita a un paso más: «una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». Jesús viene a decirle: te falta todo (en la simbología hebrea, cuando falta una cifra es como si faltase todo).

El acento no está en el “vende lo que tienes” sino en el “ven y sígueme” o sea, la invitación a una relación especial con Jesús. No es posible alcanzar lo que Jesús pide sin una profunda relación de amor con Él. Una relación de pasión y de fuego que transforma nuestra vida.

 “El frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico”. El joven rico se aleja de Jesús lleno de tristeza. El dinero y todo lo que posee le quita libertad y seguridad. El dinero le impide escuchar la llamada a una vida más plena.

También nosotros constatamos hoy en nuestra sociedad que, si no carecemos de nada o de casi nada, ¿qué nos impide ser felices de verdad? ¿Qué nos pasa que, a pesar de tenerlo todo, se nos ve tristes? ¿Por dónde se nos va escapando la alegría del evangelio?  ¿No vivimos hoy, en nuestra sociedad, una búsqueda desenfrenada de éxito y de bienestar material?  Pero, ¿cuánto dura y cuánto vale el éxito social?

«Ven y sígueme». Este “sígueme” continúa resonando en nuestro corazón. El “sígueme” de Jesús podemos escucharlo siempre que hacemos silencio en nuestro interior. Lo importante es que permanezcamos con el corazón abierto a esta llamada interior. Él sólo nos invita, no se impone, nos deja siempre libres. Quien rompa un amor cerrado y egoísta podrá encontrar cien veces en amor aquello que ha dejado. El evangelio no es negación de la vida sino multiplicación de vida y amor.

Que en este domingo podamos decirle: Señor, ninguna de nuestras falsas riquezas puede saciar el hambre de amor, de verdad y de belleza que llevamos dentro. Tu mirada nos sigue con un respeto infinito a nuestra libertad y no conseguiremos la paz hasta encontrarla en Ti.

Padre Benjamín García Soriano

14 de octubre de 2018